Cuando se ofreció la opción de que los autores se autoeditaran en plataformas como Bubok, Amazon o posteriormente Lektu, se instauró la posibilidad de que la industria editorial, hasta el momento intermediaria irreemplazable entre los lectores y la obra, ocupase un papel secundario. Sin embargo, la industria reaccionó con astucia centenaria. Fichó a autores que se habían dado a conocer en plataformas de autoedición y los encumbró para no ser desbancada como paradigma del éxito. Supo reforzar el mensaje de que solo podías ser un autor consagrado y solvente si te fichaba una gran editorial. Simplemente, la cantera de fichajes se había ampliado.
Al cobijo del avance tecnológico, hubo más factores a tener en cuenta por la industria editorial, que se había subido a una ola sin intentar entender siquiera que todas las olas acaban rompiendo, y lo hacen con mayor fuerza cuanto más energético es su origen. Con el paso de los años no solo miraban las ventas conseguidas con su propio esfuerzo por autores autoeditados, sino que también investigaban la popularidad en redes sociales de quienes seguían mandando sus manuscritos; esto no lo hacen todas las editoriales, pero lo hacen unas cuantas, y no pequeñas, lo cual ya es bastante vergonzoso. Mientras el Planeta le sigue pareciendo indestructible a algunos y otros siguen teniendo las ventas de Navidad como principal mercado, el género fantástico, aquel con mayor capacidad de generar fidelidad y amor, avanzaba a través del grimdark, la fantasía urbana y las sagas para adolescentes. Creando dioses. Y nada puede competir con el capricho de un dios. No existe intermediario lo bastante voraz para que a los lectores de género fantástico les importe una mierda qué editorial publica a J. K. Rowling o George R. R. Martin. A la altura de la fama de los productos de D.C. o Marvel se alzaban las creaciones de Andrzej Sapkowski, Fonda Lee o Joe Abercrombie, y, como no, Brandon Sanderson, el monstruo creativo de nuestra era, que lo ha reventado todo deshaciéndose de la necesidad de editorial, pidiendo ayuda para sacar sus próximas cinco creaciones a través de crowdfunding y recaudando más de 33 millones de dólares. Este es uno de los hechos más importantes en el panorama literario internacional desde el nacimiento de internet. Sanderson ha hecho el camino contrario al de autores autoeditados que han sido rescatados por la industria, como Anna Todd o David B. Gil, como el mismo Manel Loureiro. Siendo capaz de que le publicasen cualquier cosa y vender libros por millones, ha decidido que no necesita editorial.
Y ha marcado el camino para el resto. Ha demostrado que el público manda y financia, y, lo más importante, se ha autoeditado sin que le fuera necesario, porque tenía cualquier editorial del mundo a su alcance. He leído centenares de protestas al respecto, gente que se quejaba de que Brandon Sanderson practicaba el intrusismo porque el crowdfunding es el camino para el que no tiene más opciones, cuando lo que deberían leer en el aire es que nuestro afamado compañero de letras, lo que ha hecho realmente, es pasar la capacidad negociadora al bando de quienes crean historias. Y, como le sobró apoyo, ha financiado otros 316 proyectos que también buscaban dinero a través del contacto directo con los lectores. La ola está llegando a la costa, a punto de romper. Es algo que debe saber interpretar la industria si quiere sobrevivir a este golpe de efecto. El autor propone y el lector dispone; bienvenidos sean los intermediarios que sepan respetar esto sin mayor dramatismo. Gracias, Sanderson, por liarla parda.