Atada de la mano izquierda (la que da al puente de los Remedios) la Glorieta estaba de Feria. Quieta entre tanto jaleo mirando a la nada, mientras algunos incautos que venían de Labradores -con el auto embalado- se daban de bruces con la realidad más real, de la Sevilla feriante. La Avda presidente Adolfo Suarez- no se equivoquen en el navegador poniendo Adolfo Suarez porque los lleva a Dos Hermanas y hay un trecho de distancia- estaba tan cerrada a cal y canto como una virgen de piedra. La portada se huele, más que se ve. En la Glorieta, dos estatuas blancas que suponemos cigarreras pero que no nos recuerdan en nada a las de Cádiz llamativas y salerosas, desborran la figura femenina mirando sin ver, ausentes y en lo suyo. Los coches lo invaden todo. Es sábado y tempranito, así que aun el gorrilla está pululando y hay algún sitio incluso con sombra en la espalda de la Glorieta. A los alrededores de la Feria ni te acerques, porque es coto de municipales y taxistas, con algún caballista improvisado y padres paseantes de los Remedios con niños uniformados en fila. Has llegado allí porque esperas que salga la niña. Has parado en uno de los accesos, cuando ves a un local que viene desde enfrente cruzando la Avenida para hacerte desde atrás una foto. Te bajas del coche y le dices… "¿No me habrás puesto una multa?”, pero no te contesta sino que corre como el viento diciendo que no con la boquita chica y las manos adaptadas a la primera sevillana.
En la Feria pasan cosas muy raras, como que te corten el acceso al club de tu hija porque está al costado de la Portada y no puedes recogerla como Dios manda. Me compraría un pisito en los Remedios, pero no me da el caldo de puchero. Tampoco el calor que roza los 30 grados a la sombra este sábado luminoso, que no inspira a otra cosa a mi cuerpo rebosado de buena vida más que pasear por la playa a paso tortuga o a dormirme bajo una buena sombra oyendo las olas. Desde el suelo asfaltado de las Cigarreras suben los pensamientos de Satanás tan calientes que aplastan las pocas neuronas que me quedan, sin que ni aun así desee algo tan incalificable como un rebujito. Cinco euros me enteren que pedían por uno. Supongo que vivo más porque no me gusta beber alcohol o lo mismo por eso viviré menos- y peor- según a quién le preguntes. Blasfemo con la cerveza cero, cero; la coca cola sin cafeína y los fritos sevillanos que no tienen nada que ver con los de Romerijo. Para el año que vienen si seguimos en las Cigarreras lo mismo aprendo a bailar, renovando los votos que hice en las Carmelitas con la hija de Ramón Cózar, Marisol, que ahora milita de 8 a 3 en la Junta de Andalucía.