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El cementerio de los ingleses

El cuerdo de la colina

Lo que más tarde sería el germen del “universo friki” en otras cadenas, él sabía hacerlo con dignidad y respeto.

Publicado: 07/08/2022 ·
20:08
· Actualizado: 07/08/2022 · 20:08
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Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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Lo apodaban “el loco de la colina”. Un tal Jesús Quintero hacía gala de sus dotes como comunicador desde ese mundo etéreo de las ondas. Su voz profunda nos cautivaba en la radio, la televisión se rendía a ese hombre que creaba una atmósfera que nos absorbía con apenas una mesa, un micro y un fondo negro. A veces, este fondo se salpicaba de unas pequeñas luces que le daban un aire crepuscular a modo de simuladas estrellas. Esa camisa ancha, blanca sin ser nuclear, su chaleco y su pañuelo al cuello le daban una estética de bohemio bandolero. Sin embargo, no tenía más montura que su caballo ni más trabuco que su voz y su manera de comunicar.

En una actualidad donde nadie nos salva de “Sálvame”, donde el grito reina sobre la palabra y donde el informativo más riguroso es un programa de humor como “El Intermedio”, echo de menos programas como el suyo. No anda mejor la radio, donde reinan los Alsina, Herrera y hasta Jiménez Losantos; Julia Otero se convierte en la tabla de salvación de un medio que despertaba emociones antaño. No había mejor debate que los que llegaban a nuestros oídos sin pasar por la vista ni partido de fútbol narrado como se oía en un transistor. Hoy, echo de menos ese clímax en ambos medios que Quintero creaba con muy poco: apenas con su voz, su manera de entrevistar o reflexionar y un mucho de verdad. Sus preguntas eran incisivas, amables o jocosas según terciara una misma entrevista. No creo que se plegara a ninguna línea editorial, creo que era su manera de conducir su programa: la de sacar todo el jugo a cada invitado, con sonrisas, alfilerazos o estocadas dialécticas.

Siempre me impresionó cómo su lenguaje corporal austero, con apenas un par de gestos en su repertorio, acompañaba a su voz mientras transmitía profundidad, enfado, alegría o decepción sin apenas cambiar la expresión de su cara. Sin perder la compostura ni añadir más decibelios. Apenas frunciendo un poco el ceño o acentuando los pliegues de su cara, poco más, acompañaba un leve desgarro en su voz o una entonación suficiente para entender las emociones que transmitía desde aquella su colina, lo que oyentes y espectadores llamábamos plató. Como digo, menos es más cuando se tienen recursos. Hoy, a mi juicio, los medios audiovisuales nos ofrecen un producto diferente donde la calidad baja mucho a pesar de los mayores presupuestos. El “loco”, así llamado, nos hacía captar a su interlocutor y flagelarnos el encéfalo hasta hacerlo parir nuevos pensamientos. Incluso sabía estar distendido con personajes como “El Lumi” o “Risitas y Peíto”. Lo que más tarde sería el germen del “universo friki” en otras cadenas, él sabía hacerlo con dignidad y respeto. Nos reíamos más con el personaje que de él.

Hoy he querido acordarme de ese lobo de las ondas, de ese bandolero de la bohemia, de esa camisa ancha y ese pañuelo al cuello. Del que nos dio tanto con muy poco: lo que hacían los abuelos en nuestra vida, lo hacía aquel loco entre ondas y pantallas. Recuerdo esa mirada incisiva bajo el pelo rizado y esa voz que nos hacía reír, interpretar una entrevista, indignarnos o, directamente, pensar. Debe ser por eso que su programa y su producto desaparecieron de la parrilla. En un mundo de ratones coloraos, me sobran tantos listillos como los referidos roedores y echo de menos los rojizos animalillos del programa de Jesús Quintero: echo de menos al cuerdo de la colina.

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