Todo lo bueno se acaba e incluso lo malo, también. Y en alguna de estas dos categorías, o quizás en las dos, se deberá incluir a esta crónica semanal que durante muchos años me ha servido para hacer algo tan simple, pero a la vez tan complicado en esta ciudad, como es opinar libremente sobre lo que sucede o no sucede en Jerez. Pero el hecho de trabajar en un grupo editorial andaluz como es Publicaciones del Sur conlleva que todos sepamos que siempre debemos tener las maletas hechas para cumplir otras obligaciones y tras casi trece años al frente de Información Jerez ahora me toca el reto de afrontar nuevas responsabilidades en la tan cercana, y a la vez lejana Cádiz. Y aunque no hará falta hacer las maletas, como mucho una caja de cartón con un puñado de objetos personales y un gran baúl en la memoria lleno de recuerdos, amistades, enemistades, añoranzas, buenos y malos momentos y, sobre todo, con la sensación de que este inmigrante norteño que llegó aquí hace 20 años se va con la sensación de ser un poco jerezano, de la misma forma en que confío en que también dentro de unos años --porque sumar nunca es malo-- me sentiré un poco más gaditano.
Y me voy, si me perdonan la insolencia, con la cabeza muy alta y la conciencia más que tranquila, no sólo por mi trabajo al frente del periódico, que como toda labor ha tenido sus mejores y sus peores momentos, sino especialmente orgulloso de esta sección que nació con un doble sentido. Por un lado, diferenciar la información de la opinión, algo que debería ser muy obvio en esta profesión pero que no lo es tanto. Por eso se creó esta ventana por la que los lectores podían mirar y ver qué piensa como ciudadano más que como periodista quien tenía la responsabilidad de dirigir un periódico. Y por el otro lado esta tribuna surgió como un ejercicio práctico de la libertad de expresión, de la capacidad de poder decir lo que uno piensa, guste o no guste a quienes lo lean, pero lo suficientemente libre como para intentar demostrar que, con respeto, se puede decir y opinar de todo.
Y me consta que esto es algo que no siempre ha sentado demasiado bien. En esta ciudad hay determinados sectores que sólo entienden que la libertad de expresión empieza con lo que ellos creen y que acaba en el mismo sitio. Son personas incapaces no ya en muchas ocasiones de entender lo que leen, sino si quiera de tener la capacidad de querer entenderlo. Pero la libertad de expresión es mucho más que un concepto retrógrado de la verdad absoluta y buena muestra de ello es que en los últimos años los lectores han podido libremente opinar sobre estos artículos a través de nuestra página web. Y salvo en alguna contada ocasión (los rumores, por mucho que suenen no sólo no son noticias y difundirlos puede ser un delito) se ha dejado que cada cual dijera (generalmente de todo menos bonito) lo que creían sobre el que esto suscribe y sobre lo que escribía.
Y sinceramente lamento haber visto tanto extremismo, pero no por mí porque lo bueno de los años es que las cosas las valoras mejor en su justa medida, sino porque esas actitudes son también un reflejo de una parte de esta ciudad. Pero, aún así, se ha dejado opinar libremente porque, en el fondo, incluso del insulto puro y duro, se aprende, aunque se aprendería más de la crítica constructiva.
Pero ésta no debe ser una crónica de reproches sino de despedida, aunque, como siempre he creído, sólo sea con un hasta luego, porque la vida da muchas vueltas y, sobre todo, aunque uno se marcha de un sitio siempre se lleva una parte de él consigo y aunque no volviera físicamente a ese lugar --que en mi caso lo haré, porque no me pierdo por nada del mundo este año la primera Feria en la que no tendré que ‘trabajar’-- siempre uno regresa con el recuerdo, que en el fondo es la mejor manera de regresar.
Por eso, aquí se acaban trece años de trabajo en este periódico por los que pido perdón en lo que me equivoqué y agradezco a quienes me reconocieron mi trabajo. Me voy porque la vida de un periodista es tan cambiante como la propia información, pero también porque siempre ilusionan nuevos retos. Me voy con la conciencia tranquila porque nada de lo que he defendido lo hice por mi propio beneficio (por mucho que se me haya acusado de lo contrario) sino porque pensé que era lo que había que hacer. En definitiva, adiós, o hasta luego, y gracias por haberme soportado, tanto los que lo hicieron con agrado como a los que no.