En los mentideros flamencos comentan, hablan, discuten, que Sevilla en general –y Triana en particular– está en una especie de crisis jonda. Es bueno, por tanto, que espectáculos como el de anoche se encarguen de desmentir con hechos lo que no son más que teorías que no tienen un trasfondo científico, es decir, que no se puede demostrar. Puede que, efectivamente, el momento presente no sea el más dulce, ahora bien, de ahí a decir la palabra crisis...
Por el escenario del Villamarta han pasado muchos artistas que, con ideas distintas a la de los hermanos Campallo, pensaban que para llenar el proscenio era preciso tomar por completo todo el espacio del tablao. En consencuencia, estos números han tenido un sobrepoblamiento que luego no tuvieron su correlato cualitativo coreográficamente hablando.
El caso de ayer fue otro, ya que nos encontramos ante dos bailaores que se esmeran, en primera instancia, en enaltacer el barrio de Triana –celebérrimo enclave flamenco de Andalucía– con los argumentos que ellos mismos son capaces de ofrecer. Y no son pocos. El baile, sólo el baile, bastó para repasar la memoria colectiva de un sitio como el que ocupa la margen derecha del Guadalquivir a su paso por Sevilla.
Si las comparaciones entre artistas suelen ser odiosas, no digamos si establecemos criterios comparativos entre dos hermanos. Escoger uno en detrimento del otro sería una injusticia, pero corresponde, en toda crónica con un mínimo contenido de crítica, elegir, preferir, aunque eso no signifique que la otra parte no valga. En absoluto.
Anoche, Adela tuvo más gusto que Rafael y no porque éste adolezca de duende, sino porque Adela Campallo tiene unos recursos que conectan mejor con la sensibilidad de quien escribe esta crónica. Resalto, por tanto, el carácter personal y subjetivo de esta idea sobre el baile de ambos que, en cualquier caso, analizados en bloque, merecen la atención de un comentario elogioso, si bien tampoco deseo dejar la impresión de que todo fue a pedir de boca. Analicemos en el siguiente párrafo los pros y los contras.
Los pros, quedan dichos: la naturalidad en sus bailes, el taconeo espectacular, el braceo de cada uno muy bien medido, el desplante, el arranque, etc. Además, Rafael ha seleccionado para su compañía buenos bailaores. ¿Contras? Sí, acaso el cante de atrás, cosa que sucede con más frecuencia de la que cabría desear. Digamos que Londro se encargó de poner algo de genio al elenco, pero sus compañeros tampoco ensombrecieron la labor de los bailaores, con lo que no cabe ser especialmente duro.
Puente de Triana tiene la virtud de rescatar la memoria flamenca de muchas familias que lucharon a brazo partido por y con su arte para que nada de lo presenciado anoche se disipe como azucarillo en el agua. Así, las letras de los cantes, de clara inspiración trianera, remarcaron la impronta de la literatura popular flamenca de este barrio.
Rafael y Adela Campallo son ya dos veteranos –pese a su juventud– de este Festival de Jerez. En ediciones anteriores plasmaron con elegancia los mensajes que traían, pero ahora, el tiempo les permite asentar su dicurso en los cánones clásicos del flamenco, que tan buena falta hace.
Desde la aparición en escena de la compañía con el telón a medio izar, se intuía que aquello tendría poco que ver con ciertos macroproyectos con libretos que narran complicadas tramas que se pierden a las primeras de cambio, y sí con la sencillez –difícil sencillez– de un baile cabal expresado por derecho, con el sentimiento inherente que deben llevar todos los estilos, máxime si proceden de un centro neurálgico de primerísima categoría como Triana, que sí, que habrá vivido épocas más boyantes, no lo discuto, pero ahí está, ahí sigue con su genio. Rafael y Adela Campallo lo pusieron en claro sobre el Villamarta.