Con la temporada de caza, en el otoño, volvemos a recordar que las sierras y bosques, los parajes montañosos y los espacios forestales están habitados por especies singulares que ahora se incluyen genéricamente bajo el nombre de caza mayor. Cabra montés, venado, corzo, gamo, muflón o jabalí, son las más relevantes de cuantas podemos encontrar en los parajes naturales y en los cotos de la geografía gaditana.
Desde la más remota antigüedad queda constancia de que en las tierras de la provincia de Cádiz la caza fue una actividad de gran importancia. En muchas de las pinturas rupestres de las cuevas y abrigos de las sierras del sur, pueden verse representaciones de animales y escenas relacionadas con la caza como sucede, por citar sólo algunas, en las cuevas del Ciervo o de Bacinete (Los Barrios), en la Cueva de las Palomas o en la de Atlanterra (Tarifa) y, especialmente, en la Cueva del Tajo de las Figuras en Benalup-Casas Viejas. De todo ello el lector interesado podrá encontrar magníficas imágenes en los trabajos desarrollados por Lothar Bergmann y sus colaboradores.
Los testimonios escritos más sobresalientes sobre la caza en nuestra zona corresponden a los siglos medievales y así se tiene constancia de la importancia de las actividades cinegéticas durante la época de presencia árabe en nuestro territorio. Tal como señala Abellán en su obra La Cora de Sidonia, la zona era un excelente lugar para la caza de aves, tanto es así que “…una laguna al sur de Jerez era conocida como La laguna de las Aves”. Otro testimonio citado por este autor lo ofrece Ibn Hayyan, quien recoge de al-Razi que el emir Abd al Rahman II “solía venir a Sidonia a cazar grullas”. Abellán nos ofrece también otra referencia de la misma fuente donde se pone de manifiesto como “…el emir Abdarrhman b. Alhakam salió a cazar grullas, de lo que gustaba mucho, tras regresar de una lejana campaña que había hecho, y alargó su partida de caza, según costumbre que tenía, de modo que a veces llegaba a la cora de Sidonia o a Cádiz y otros lugares más lejos, pero esta vez se excedió, siendo época de invierno y temporada de grullas, hasta el punto de desazonarse sus compañeros, a los que causó fastidio”. Es muy probable que este segundo humedal pudiera ser la antigua laguna de La Janda.
Alfonso el Oceno y Esteban Rallón
Como ninguna otra fuente medieval, la Crónica de D. Alfonso el Onceno, recoge también esta pasión de los poderosos por la caza y la especial predilección del rey por su práctica. El historiador local fray Esteban Rallón, tomando referencias de esta Crónica, nos recuerda en su Historia de Jerez que en 1342, cuando el rey Alfonso XI se dirige a cercar Algeciras “…hecha la masa del ejército, salió de nuestra ciudad a 5 de julio de este año, e hizo su primer alojamiento de la otra banda del Guadalete y el día siguiente descansó junto a la Laguna de Medina, donde se embarcó en una laguna y fue a tirar a los cisnes, que había muchos en ella”. El interés por la caza y los cazaderos de nuestro entorno se vuelve a poner de manifiesto cuando el mismo rey, en 1349, se dirige hacia el sur con un poderoso ejército para cercar Gibraltar y de nuevo se detiene en la Laguna de Medina “a tirar a los cisnes como la vez pasada”.
Entre los numerosos testimonios sobre la caza en otros lugares próximos, mencionaremos como los Ponce de León, Duques de Arcos, utilizaban también la Sierra de Cádiz como cazadero, en especial los montes de Benamahoma en los que, en el siglo XV, se tiene constancia de la presencia de osos, amén de jabalíes, lobos, corzos y venados, por citar sólo las especies más relevantes.
De entre todos ellos, como nos recuerdan los hermanos De Las Cuevas en su monografía sobre El Bosque, las piezas más codiciadas eran los jabalíes a los que se cazaba con la ayuda de perros “…lebreles, o alanos en traíllas, luchan con los jabalíes, como si fuesen dos hombres de armas. Por muy lejos que queden los monteros conocen, en el silencio de la noche, que los lebreles se han agarrado a las orejas… Acudían, entonces y mataban a los jabalíes, hundiéndoles una daga en el corazón”.
Las aficiones venatorias de los duques de Arcos en el bosque de Benamahoma, les llevará a construir un palacete o residencia de caza que dará lugar, con el paso del tiempo a la actual población de El Bosque.
Entre los siglos XIII y XV, buena parte de los montes y espacios forestales de la provincia quedarán como tierra de frontera, de modo que, como señalan Cueto Álvarez de Sotomayor y Sánchez García “…la provincia quedará dividida por un eje NE-SW, espacio de tierra de nadie consecuencia del hecho fronterizo entre dos ámbitos diferentes castellano e islámico. En la mayor parte de nuestra geografía se produjo una coincidencia entre frontera natural y frontera política, al coincidir esta última con las zonas de contacto entre las tierras bajas y las áreas montañosas”.
Ello provocará la lógica despoblación parcial del campo que ocasionará la aparición de grandes vacíos en las zonas interiores y montañosas. De acuerdo con estos autores “…como consecuencia de este despoblamiento, durante el siglo XIII se produce un notable retroceso de los cultivos en beneficio de la vegetación espontánea… Con el avance del bosque y el matorral se produce una expansión de la fauna salvaje propia del territorio, entre las que estacan especies como el oso, el jabalí, los cérvidos (ciervo y corzo) y el lobo”.
El periodo fronterizo
Para conocer el estado de nuestros bosques y montes en los siglos en los que fuimos tierra de frontera, existe una fuente de excepcional interés: el Libro de la Montería. Atribuido a Alfonso XI y escrito entre 1340 y 1350, es un testimonio de primer orden sobre la riqueza cinegética de las sierras gaditanas, haciendo especial hincapié en los montes del sur de la provincia.
De su lectura, se deduce la presencia en las áreas montañosas próximas a Jerez de especies tan significativas como el oso (extinguido en el siglo XVI), el lobo (extinguido en las primeras décadas del s. XX) o los jabalíes, corzos y venados. Por citar sólo algunos de estos interesantes pasajes traemos aquí el que recoge las referencias a una parte del término de Tempul, sobre el que el lector interesado podrá encontrar más información en los trabajos de Pérez Cebada.
“El monte de Dos Hermanas es bueno de puerco en verano; la Foz de Guillena es buen monte de puerco en verano; el Bodonal de Gil Gómez es buen monte de puerco en verano; el Labadín es buen monte de puerco en verano; Atrera es buen monte de puerco en verano; la Xara de Algar es buen monte de osso e de puerco en verano. E es la bozería en cabo de la Foz, que no passe contra la Sierra de las Cabras, e porque es el monte grande, ha menester, que estén monteros con canes para renovar e para que dessennen, que digan a que parte quiere ir el venado. E son las armadas en la ladera del Alcornocal”.
Un texto revelador
El texto no puede ser más explícito y rico en información y, aunque han pasado casi siete siglos desde que fue escrito, reconocemos en él los escenarios en los que se llevaban a cabo estas monterías medievales. Para la caza del jabalí (puerco) ahí estaba ya, con ese mismo nombre, la Sierra de Dos Hermanas, con sus cumbres calizas gemelas, cubiertas con una densa vegetación, como ahora. Desconocemos el emplazamiento de la Foz de Guillena (que podría estar en el Majaceite o en el arroyo de Palmetín) y del Bodonal de Gil Gómez. Este último lugar, cuyo topónimo alude a un terreno encenagado o a un espacio encharcado cubierto de espadañas, debió situarse en las proximidades del río Majaceite, en las vegas de Elvira o en otros rincones de tierras llanas encharcables del término de Tempul.
Algar y Atrera (zona de dehesas y monte mediterráneo muy bien conservado, próxima a esta población) son terrenos mas abruptos y agrestes donde hallaban cobijo el jabalí y el oso… Pero con todo, la escena que nos hace transportarnos a la Edad Media es la descrita en las últimas líneas, donde se desvelan las estrategias usadas para la caza del jabalí.
Una última evocación
Y es fácil imaginarse a los monteros en el cabo de la Foz, en la entrada de la garganta de Boca de la Foz, con sus canes, lebreles y alanos, dando voces para conducir a los venados al lugar adecuado y evitar que se internaran en el denso alcornocal de la Sierra de Las Cabras. Eran las armadas, filas de cazadores que con sus gritos (bozería) y la ayuda de sus perros, espantaban a los ciervos, a los corzos y a los jabalíes, para conducirlos a la entrada de la garganta, como si de un gigantesco embudo natural se tratara, donde les aguardaban lanceros y ballesteros.
Escenas medievales de caza, en esos mismos parajes, en torno a Jerez, donde siete siglos después aún se conservan los mismos topónimos y los mismos montes poblados de corzos y venados, aunque ya no quede más que el recuerdo de los osos, lobos y jabalíes que antaño vivieron en estos parajes.