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Hablillas

El anticipo

Aquella historia sigue alimentando ilusiones, porque camina y se oye junto a cuantos se nos cruzan por la calle

Publicado: 14/12/2022 ·
16:29
· Actualizado: 14/12/2022 · 16:29
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Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Al cabo de estos días, muchos de los regalos han desaparecido de la lista y están ocupando su sitio en los altillos de los armarios, envueltos en la bata gastada de tanto abrigar. Desde hace semanas los venimos oyendo, recibiendo sugerencias casi telegráficas mientras vamos pensando en la manera de sorprender a los nuestros durante la mañana de su entrega. Tenemos un mes por delante que pasará entre los suspiros de las entradas y salidas de casa, tarea tan agotadora hasta la rendición como apasionante. Y es al final de una de estas jornadas, con los pies descalzos reptando por el suelo intentando paliar el dolor agudo bajo los dedos de la planta del pie y las punzadas del juanete, cuando el silencio, tras el suspiro, se llena con las palabras de los que se nos fueron, animándonos a ser buenos porque los Reyes Magos mandaban pajes para darnos un anticipo. Así nos tenían más controlados hasta que los reyes de chocolate presidían la mesa del desayuno.

Aquella historia sigue alimentando ilusiones, porque camina y se oye junto a cuantos se nos cruzan por la calle. Si somos honestos, muchos de nosotros nos sentimos así cuando hemos recibido un regalo inesperado en estas fechas, porque inevitablemente hemos rescatado aquel momento, el mismo, sin tener en cuenta los años que nos separan. Ocurre al recibir un pedido extraviado por la prisa rutinaria o se nos aparece en el expositor de una tienda seduciéndonos o viene de un familiar que nos cumple aquella promesa hecha hace años. Esta última quizás sea la más entrañable, sobre todo cuando se trata de libros. Haberlos visto firmes en casa de los abuelos, erguidos en la estantería, la garita desde donde miraban nuestra infancia, viéndonos crecer, hojearlos, consultarlos y disfrutarlos desde ahora en exclusiva, es tener la alegría cosquilleando en el estómago por ese anticipo anotado anteriormente. Y nos ilusionamos con el momento en que nos sentaremos con uno de ellos mientras por el silencio revientan burbujas llenas de emoción, apreciando el color amarillento de las hojas y el olor de la lignina eternizándose, manteniendo, aunque cueste, el concepto que guardan en el contexto donde nacieron, valorando el trabajo de casi un siglo desde su edición. Por eso no importa que los cantos estén deshilachados, que los cuadernillos estén descosidos, que el precinto haya querido ayudar en estos últimos años o que algunas páginas estén arrugadas. Lo importante es cuanto han contado desde su llegada a casa de nuestros mayores, las notas, los subrayados y las láminas que en ellos se guardaron y que al verlos se nos revelan como los secretos que pudieron ser. La imaginación ya se ha disparado por este anticipo, reafirmando que un libro nunca deja de sorprender ni de ilusionar. Por eso nunca envejece.

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