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Lo que queda del día

Apocalipsis ‘now’

Un estudio pone fecha de caducidad a la crianza biológica de los vinos de Jerez. Estamos de nuevo ante los profesionales del apocalipsis

Publicado: 04/02/2023 ·
17:18
· Actualizado: 04/02/2023 · 17:34
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  • Vinos de Jerez -
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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La palabra “apocalipsis” procede del griego, donde significa “revelación”, pero la tradición judeocristiana ha terminado por instalarla en nuestro vocabulario bajo una dimensión mucho más terrorífica, como si la hubiésemos extraído de El Silmarillion en vez de La Biblia. El Diccionario mismo de la R.A.E. la define así en su primera acepción: “Fin del mundo”. Y en la segunda: “Situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total”. Definitivamente, es el mundo en el que vivimos, o el mundo en el que nos hacen ver que vivimos, ya que siempre será más fácil controlar a una sociedad temerosa. “Yo me asusto cuando veo que los pueblos sustituyen la razón por el miedo”, decía el extraterrestre que nos visitaba en Ultimátum a la tierra.        

El dramaturgo Fernando Arrabal fue más allá la noche en que proclamó bajo los efectos del chinchón que “el milenarismo va a llegar”. Aquel mítico programa -por la hilarante escena- arrancaba con una palabra en sánscrito: “kaliyuga”, que, según explicó Sánchez Dragó, significa “la fase terminal del ciclo del universo, la etapa negra, la degeneración previa a la extinción de la especie”. Pese a lo cual se vio corregido por el propio Arrabal: “La ideología apocalíptica es la ideología de los pobres frente a los ricos”, aunque bien podría ser a la inversa.

El contexto, entonces -octubre del 89, que fue cuando se emitió ese a(du)lterado debate-, era tan propicio para lo apocalíptico como ahora. De hecho, la década de los ochenta siempre está ahí para equipararse con las posteriores en niveles de catastrofismo; entre otras cosas, porque entonces no nos tomábamos a broma lo de la amenaza de una guerra nuclear que pudiera arrasar toda la humanidad, que es lo que hacemos ahora cada vez que Putin saca a pasear su arsenal como si fuera a un concurso de miembros superdotados organizado por Nacho Vidal.

En los ochenta, a un lado las tensiones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, convertimos a Nostradamus en escritor de cabecera, aunque nunca nos quedó claro si porque dejó escrito todo lo que nos iba a pasar o porque amoldábamos lo que nos pasaba a lo que dejó escrito, que era la mejor forma de acertar; y cada fin de año llegaban los agoreros al programa de Jiménez del Oso con las peores predicciones (revelaciones-apocalipsis) posibles, cada uno con su “se acabó” y con su “fin de los días”.

En la actualidad, sin embargo, insisten en trasladarnos que ese “fin del mundo” no se reduce a apagar la luz y dejar de existir, sino que es algo lento y casi irreversible, como ya avisó en 2005 Al Gore en su documental Una verdad incómoda. El problema es que era Al Gore, que ni siquiera fue capaz de ganarle a George W. Bush y encima se forró con sus conferencias acerca del calentamiento global, lo que le desacreditó por su apariencia de agente lobby.

Pero hay más: hace unos días se modificó el “Reloj del Juicio Final”, el símbolo con el que un grupo de científicos evalúa lo cerca que está el fin del mundo, y que ahora se sitúa más próximo que nunca del cataclismo global -menos mal que estas cosas no existían en los 80-. Lo podemos unir a su vez a la desmesurada alerta sobre la detención del núcleo de la Tierra, pero es que también se ha publicado esta semana una investigación de la Universidad Politécnica de Madrid que pone fecha de caducidad a la crianza biológica de los vinos de Jerez: apenas 30 años, a causa del incremento de las temperaturas, y desde el Marco se han visto obligados a colegir el documento y calificar de “alarmista” el estudio por generalizar unas conclusiones particulares -por desgracia no hay suficientes fondos para investigación; por fortuna no se financian a golpe de click-.

Cuando estalló la crisis económica en 2008 surgieron cientos de publicaciones catastróficas en torno al futuro de la bolsa y las finanzas. El periodista Enric Juliana los definió como “los profesionales del apocalipsis”, y acertó. No sé si es equiparable a este momento. Si no, siempre nos quedará REM: “It´s the end of the world as we know it, and I feel fine”.

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