COMO no tuvimos bastante con el ridículo de los europarlamentarios catalanes que pidieron que hubiese traductores de catalán en las sesiones de la cámara europea, ahora han trasladado la misma iniciativa a la cámara del Senado español, que como hay confianza las vergüenzas son menores. Además, para hacerlo políticamente correcto -y viable-, han pedido que las traducciones sean en catalán, gallego y euskera. En otras circunstancias el asunto daría para poco más que para volver a atestiguar la espantosa ausencia del ridículo que atesoran muchos de los políticos que rigen nuestros destinos, pero, ahora mismo, más allá de la caprichosa necedad del invento, lo que resulta inconcebible es que la propia cámara acepte sin más una medida que provocará el incremento del gasto público en un servicio prescindible aunque nada gratuito, que, por otro lado, pone de manifiesto la ausencia de límites a la hora de calibrar la desfachatez política en aras de un nacionalismo de pandereta.