Ninguno de nosotros decimos en todo momento lo que pensamos, entre otras cosas porque la convivencia sería prácticamente imposible, por lo que puede afirmarse sin temor a equivocarnos que por acción u omisión, todos mentimos en alguna ocasión de nuestra vida o en el mejor de los casos disimulamos por educación o comodidad.
Pero lo de Cirilio, era como lo del famoso cuento de Pinocho, que cada vez que decía una mentira le crecía la nariz, de ahí que en cada foto que se le hacía en el desempeño de sus tareas públicas la protuberancia nasal era más grande y hermosa, de tal manera que los fotógrafos tenían que emplear una gran angular para tomarle un primer plano.
Lo de PInochetti era patológico, ya que de cuatro palabras que pronunciaba cinco eran una falsedad, y se pasaba el tiempo intentando engañar a diestro y siniestro. Jamás, ni por casualidad, decía lo que sabia, lo que pensaba o lo que creía.
Su facilidad era tan pasmosa para no pronunciar verdad alguna , bien fuera por conveniencia, por odio , envidia o egoísmo, aunque en ocasiones las intentara disfrazar como causa de una compasión inexistente, una timidez simulada, una vergüenza que no había conocido o una falta de carácter que era pura pose.
A nuestro personaje de fábula, que era tan real como la vida misma, le gustaba ejercer de malévolo, inventándose las historias más truculentas con la insidiosa intención de perjudicar y joder al prójimo, y ya sabemos que una de las formas más peligrosas de corrupción es la calumnia. En su triple salto mortal lo que manifestaba en sus intervenciones y discursos no tenía nada que ver con lo que sentía, además de intentar hacernos creer lo que realmente no era.
Su existencia se había convertido en una cadena interminable de embustes y patrañas, en las que una le llevaba a otra y había marcado su forma de relacionarse con los demás, aunque en el fondo por muy capaz que pareciera no dejaba de ser un inseguro, egoísta, irresponsable e inmaduro.
En el colmo de la ficción, había creado una imagen falsificada y fraudulenta del mismo, mostrándose tal y como no era, entre chismes y rumores, y había hecho de la política no el arte de la posible sino el colector de la insidia.
Había momentos en los que se mostraba sin el más mínimo pudor, entre la retórica y la demagogia, tremendamente hábil en la propaganda sagaz y en la manipulación, pero trolero y trilero en toda su actuación política, cayendo en lo burdo, torpe y tosco, al pensar que el resto del personal se tragaba sus bolas sin fin.
Para que sus falacias fueran más creíbles, se hacia acompañar de asesores bien instruidos y adoctrinados, que preparaban la estrategia para que la mentira puediera circular con fluidez entre la ciudadanía, con el mezquino afán de que alguien se tragara el sapo.
Nuestro Cirilio Pinochetti era como los camaleones mudaba de piel según su interés, y tampoco le importaba cambiar de traje, o vestuario con tal de continuar en su trono, carecía de moral y ética y su prestigio y su credibilidad se la traía al fresco.
No se sonrojaba lo más mínimo en inventar historias sin sentido. Sin poderlo evitar se había convertido en un adicto a la mentira, y el mismo se consideraba irrecuperable, porque tal vez había percibido que detrás del mundo fabricado, no había nada.
Un día se le apareció un duende y le dijo que su vida había sido una equivocación, que nadie le creía, que carecía del más mínimo respeto por parte de sus electores, a lo que él en el colmo de su cinismo, le dio toda la razón y comenzó a despotricar de si mismo y apostillar con todo tipo de adjetivos. Pero Pinochetti, no lograba ver más allá de sus narices y no había descubierto, que aquella era la primera verdad que había escuchado en mucho tiempo.