Los hippies ya no son lo que eran, porque Internet ha segado conciencias y su inmediatez hace casi imposible la Filosofía. Algunos aun luchan por la vida bucólica que nos encantaba en el género pastoril, pero lo de la familia arcoíris no es más que farsa. Si apuramos un poco la esencia, nos damos cuenta que es afán de adolescente excusarse en la petición de algo ilegal para hacerlo a las bravas. No por pedir que les dejen estar en un sitio que es parque protegido, les van a dejar. No por pedirlo, ya lo pueden hacer. No les importan las denuncias porque son múltiples cabezas sin ton ni son, así que ni pagan, ni sufren, ni penan. Solo amor libre y pantufladas en tierra ajena, con cánticos a la luna y frontispicios variados. Luego tienen otra vida, más usual y cotidiana, supongo que donde sí pagan impuestos y trabajan a mansalva, donde no claman a la luna como lobo hambriento, ni van sacando pecho desnudo para regocijo de la Madre naturaleza.
A mí me han recordado esta gente los muchos guiris que se asentaban en los campings tarifeños de Río Jara y La Peña por temporadas completas, no pareciendo al final ni ellos mismos , desmelenados, pelín sucios y muy a la gresca con todo lo que no fuera natural. Llegaban deportistas windsurferos con tablas caras, aparejos de élite y poco a poco- para mantener la sustancia del puchero- los iban vendiendo, perpetuando la estancia. No lo veía mal. No debían a nadie y se hacían unas vacaciones que los españolitos de pro nunca podíamos con nuestros cursos, nuestras matrículas universitarias y los trabajos mileuristas que te hacían sobrevivir. También es verdad que ellos los llamaban años sabáticos y esa palabrita se nos quedó para usarla a la hora de jubilarnos. Supongo que será envidia o asombro el que nos entra en el alma podrida porque una vez, una usuaria del rastrillo de Cádiz me contó que ellos de vacaciones se iban también a Tarifa con una tienda de campaña, pero que la plantaban en cualquier ladera que vieran, dándose la circunstancia que una vez estaban rodeados de toros bravos al despertarse y descorrer la cremallera de entrada. Evidentemente eso era, porque como los de la familia arcoíris habían traspasado los límites de la propiedad ajena. Luego entre usted en la casa de ese vecino a pedirle algo, que le responderá con cajas destempladas, porque lo mío es muy mío, lo de todos de nadie y lo de otros también mío para cuando me dé la gana de usarlo. No creo que los arcoíris hagan sexo desenfrenado, ni otra cosa que pamplinear y jorobar la marrana. En este caso, la ganadería autóctona que para sus propietarios y defensores es tan importante o mucho más que gemirle a la luna por sus ciclos que seguirán idénticos hasta que destruyamos el Planeta. Lo mismo, no se lo pierdan, es que me he aburguesado y ya los hippies no me inspiran. Pero no se equivoquen, que no me gustaron nunca porque siempre preferí un servicio de camping tarifado. Sé que nos es lo mismo acampar que pernoctar, que debe haber algo de libertad -o quizás libertinaje- en no pagar por hacer algo, aunque ellos digan que lo han intentado, pero lo de ir contra la guerra o luchar por la paz debería ser en las instancias adecuadas y no en mitad de Benaocaz. Si lo hacen para establecer un vínculo espiritual, quizás lo deberían institucionalizar y empezar a recoger subvenciones igual que otras órdenes religiosas, buscándose un asentamiento tipo Palmar de Troya (que lástima que no hayan pululado por allí, porque no creo que fueran tan pacientes como los habitantes de la sierra).
En resumidas cuentas, los movimientos pacifistas que nacieron como protesta a la guerra de Vietnam se inflaban más de drogas que los reclutas. Con una filosofía de luchar contra todo sin saber bien con que quedarse, más que el amor libre, que está muy bien publicitariamente pero ya se sabe que va emparejado con enfermedades de trasmisión sexual (y en mitad de la sierra sin lavatorios, ya les digo que falta de higiene). Debe ser que soy ancestro de mis ancestros, pero solo la posibilidad de estar hace que me de alergia dérmica. Que se quede tranquila la Luna que no moriré por ella, más que si se deriva en su rumbo y estrella contra la Tierra.