Llevo toda la vida escuchando eso de que "todas las opiniones son respetables". Lo mismo se dice de las ideologías. Sin embargo, creo que lo único respetable son las personas y aún así esto tiene sus reservas. Para poner un ejemplo palpable, hay personas que opinan que sólo las personas blancas, heterosexuales, católicas y que sean de su mismo país desde su nacimiento (no nacionalizados a posteriori) merecen vivir. Llámenme loco, pero esa opinión no me merecería ningún tipo de respeto. Si, además, la ideología que profesan esas personas se basa en esa opinión, no sólo no merece respeto alguno sino que es urgente establecer lo que ahora llamamos cordón sanitario. Las personas sí me merecen respeto aún cuando tienen ideas de mierda en su cabeza siempre que no las lleven a efecto.
Tampoco me merecen respeto las opiniones que vienen sin fundamento. Cada vez que aparece una nueva polémica como noticia de actualidad, encuentro opiniones derivadas del odio, de la pereza intelectual y carentes de todo fuste: por ejemplo, quienes opinan de un libro que no han leído, de una película que no han visto o de una noticia de la que sólo han leído el titular. La persona, como digo, me puede merecer todo el respeto del mundo, pero me parece ridículo opinar sin conocer realmente la materia de la que se opina. En estos días, por ejemplo, he leído opiniones sobre la película Barbie de personas que admitían no haberla visto y se basaban en una crítica que habían leído por internet; cualquier aficionado al cine sabe que hay películas que al espectador puede parecerle estupenda aunque la crítica la haya vapuleado. Incluso, hay películas que fueron un fracaso en su momento y que hoy en día son películas de culto. Al final hay personas que están emitiendo un juicio de valor sin ver la película con sus ojos y dejan que otros piensen, opinen y dicten sentencia en su nombre. Qué triste.
Seguro que alguien que no interprete bien mis palabras en esta columna pensará que soy un elitista o un estirado que sólo admite opiniones de eruditos. Nada más lejos de la realidad, porque eso sería caer en lo dicho en el párrafo anterior y dejar que otros opinen por mí. Lo que sí digo es que, al menos, convendría que pruebe usted el plato, lea el libro, vea la película, contemple el cuadro... y decida desde la propia experiencia y conocimiento si le gusta o no, por qué le gusta o no, incluso qué mejoraría. Que claro que tendrá usted derecho a opinar igualmente, pero no tendrá una opinión formada y fundada. Y eso desvirtúa ese derecho a opinar libremente que otros le legaron al coste de su vida o su integridad física.
Opinar, para mí, es algo muy serio. En estas líneas estoy usando el ejemplo de una película o un libro, de un plato o una noticia, pero esa vagancia de dejar que otros piensen en nuestro lugar acaba siendo peligrosa. No analizar lo que nos dicen y desmenuzarlo por nosotros mismos es peligroso. Hoy puedo hablar de un libro o un cuadro, pero ese guiarse por los demás puede ser la llave para que otros provoquen con su pensamiento nuestro odio y, además, lo dirijan. Y no lo digo ya hacia un personaje concreto, dentro de la farándula, la política o el artisteo (aún recuerdo aquel boicot contra Fernando Trueba); lo digo también hacia otros ciudadanos, como ha ocurrido en otros momentos de la Historia. Hace siglos, se perseguía a los musulmanes, a los judíos y más tarde a los gitanos como, ahora, se dirige el odio hacia los inmigrantes, las personas LGTBI o las feministas. Incluso, contra artistas e intelectuales: entren en cualquier foro o red social y vean cómo siempre se cargan tintas contra actores, cineastas, dramaturgos, escritores...
En definitiva, con estas líneas sólo quiero animarles a ver con sus ojos, oír con sus oídos y tener las opiniones y críticas ajenas como una mera orientación. Puedo entender que miren las reseñas en internet para elegir restaurante, decidir si comprar un libro o determinar si van al cine a ver una película o se la descargan. Pero repetir la opinión de otros sin comprobarlas por uno mismo supone la paradoja de la libertad de opinión: usted es libre de opinar con o sin fundamentos, pero hacer de papagayo le privará de hacerlo bajo la libertad de la opinión propia, del conocimiento propio. Porque, al final, se estará dejando teledirigir al ceder el espacio de su opinión a la ajena. Ya saben, conozcan por su propia experiencia: ese conocimiento les hará libres. A ustedes y a su opinión.