Estos días vamos a presenciar, en dos largas jornadas, como un Alberto Núñez Feijóo totalmente impotente se presenta a la sesión de investidura en un imposible intento de alcanzar la Presidencia del Gobierno.
Alberto siempre fue un hombre conciliador, salvo con los que son sus socios en la mayoría de los territorios, lo que le ha servido de poco ya que los únicos votos que ha recabado para sus intereses son -aparte de los de Vox- los de Coalición Canaria y UPN. Dos partidos además que cada vez se ven más próximos al PSOE, por una cuestión de intereses, que al final es lo que mueve la política.
Se pueden analizar profundamente los errores cometidos durante la campaña, sobre todo para no alcanzar esa ansiada mayoría absoluta que en Génova se daba por hecha, quizás esa vergüenza por hacerse fotos con Abascal, a la vez que un proyecto de presidenta autonómica de tu mismo partido, que a la postre los aceptaría dentro de su propio ejecutivo, los defenestraba en público tachándolos de homófobos y machistas.
Estas contradicciones en las que incurren sus propios compañeros de partido no ayudaron, es verdad, pero también la campaña excesivamente agresiva, sobre todo con ciertos colectivos sensibles de los del partido Vox, movilizaron a un electorado que, en las locales, un par de meses atrás, no había salido a votar.
Al final, entre uno y otro se hicieron la cama, y la casa sin barrer. Han dejado vía libre al inagotable Pedro Sánchez, que el título de su libro “Manual de Supervivencia” esté más en boga que nunca. Un presidente con ciertos principios, digamos que flexibles, al menos y donde ayer no cabía una amnistía por ser inconstitucional, ahora todo es posible. Un retorcimiento no sólo de la moral del partido señero de la izquierda española sino también de los principios jurídicos que rigen nuestro Estado de Derecho.
Todo un disparate del que, como digo, viviremos un capítulo más estos días, en los que, por supuesto, no faltarán reproches de uno y otro lado y escenificaciones varias, porque en eso se ha convertido nuestro Congreso, un lugar desde donde mandar mensajes y no un lugar desde donde se dirija con rigor nuestro país.
