Lleva más de una década en España y trabaja para Uber. Aún no ha perdido el acento caribeño, pese a que vino siendo un niño, y se suelta en la conversación camino del centro de Sevilla. Hablamos de su tierra, de los recuerdos que conserva y de los Latin Grammy. Los presentadores de Univisión, Raúl de Molina y Lili Estefan, compararon Bilbao con Sevilla: “Allí todo el día trabajando y aquí todo el día de fiesta”, vinieron a decir, más o menos. Hay quien se ha ofendido. Nuestro chófer ejerce de árbitro imparcial: el carácter de los andaluces es festivo, pero también se curra tela.
Es el problema de los estereotipos, que suelen quedar desfasados; al contrario que el dinero. Treinta millones de euros se han embolsado los organizadores por traer a Sevilla la gala, de los que casi un 80% los ha abonado la Junta y la mayor parte del resto el Ayuntamiento hispalense. Por esa cantidad se podrían haber ahorrado el chiste, ahora que hacemos de la anécdota categoría y le damos más valor al chaleco antibalas de Pedro Sánchez que a los motivos de su gira por Oriente Próximo.
Hace casi treinta años la chirigota de Los guiris cantaba que “los vascos son vascos de Euskadi, y en Cádiz no hay vascos para construir”. Eso también ha cambiado -en los astilleros hace tiempo que no falta carga de trabajo-, aunque en una provincia líder en desempleo, las alegrías, como en la casa del pobre, duran poco. El domingo mismo se publicaba una noticia que ha pasado un poco desapercibida, pero que hay que vincular a las advertencias que se vienen realizando en torno a cierta desaceleración económica: la pérdida de casi 800 empresas en la provincia el pasado mes de octubre. Quedan 32.000, aunque la mitad están compuestas por una o dos personas asalariadas y solo un centenar del total tienen más de 250 trabajadores.
La solución para mejorar esos datos y revolucionar el escenario de un poblado universo de pymes y micropymes: hacer atractiva la provincia y facilitadora en la implantación de nuevos proyectos empresariales y el desarollo de industrias competitivas y sostenibles que generen empleo y riqueza. Eso, que se dice ya casi de memoria y que viene recogido en todos los programas electorales de todos los partidos políticos, corre el riesgo de convertirse en una entelequia o, acaso, limitarse a prorrogar su enunciado en fase embrionaria. Las administraciones públicas han dado, en cualquier caso, con una alternativa que prolifera por doquier: entreguémonos al consumo desaforado como gran reactivador económico -en un año marcado por la elevada inflación y el descenso de los ahorros-.
Los ayuntamientos han entrado en una especie de competición por ver quién es el primero en encender el alumbrado navideño para acaparar cuanto más público mejor. “¡Feliz Navidad!”, se ha llegado a gritar de la emoción, y sin pudor por el anacronismo, a un mes de la Nochebuena. Puede que si va de visita a Cádiz o Jerez se sienta contagiado de ese mismo anacronismo, y no ya por el forzado influjo navideño, sino porque en los mupis publicitarios encontrará los carteles de la Sail GP y la Fiesta de la Bulería, respectivamente, aunque si de lo que se trata es de vivir el ambiente navideño de coplas y compras, se va a usted a hartar.
Todo ello, abriendo un hueco en la agenda -mejor en viernes que en sábado- a la lucha en contra de la violencia sobre las mujeres. La fiscal de Violencia de Género en la provincia reconocía en este mismo periódico hace una semana que solo el 21% de los casos acaba en denuncia, así como admitía su preocupación por el “negacionismo” ante el maltrato y reivindicaba un mayor compromiso en el seno familiar en la educación de los adolescentes, porque “esos valores de igualdad, respeto a la dignidad y la libertad” no han terminado de germinar entre los jóvenes. Ahí es donde estamos fallando. Ese es, en realidad, nuestro gran anacronismo: una sociedad que presume de moderna y avanzada, pero que es incapaz de vencer los posicionamientos de un neandertal y que se extiendan entre la juventud.