La solidaridad es la herramienta que queda en nuestras manos cuando no queremos quedar impasibles ante el sufrimiento, la prepotencia y la injusticia. A veces nos parece que es muy poco lo que podemos hacer desde nuestra modesta realidad cuando los poderosos todo lo pueden y lo deciden todo y, sin embargo, con frecuencia se nos olvida que tenemos en nuestras manos la mayor de las fuerzas creadoras, la mejor de las fuerzas sanadoras, la fuerza de la solidaridad. La solidaridad que no sabe de distancias, la que atraviesa mares, montañas y fronteras para para llevar un aliento de esperanza, la solidaridad que es la ternura de los pueblos.
Hoy es el pueblo palestino el que se está desangrando a borbotones bajo los bombardeos del ejército israelí, muriendo a manojitos en una estrecha franja de tierra frente a nuestros ojos, el que necesita de la solidaridad.
No hay comparación posible entre las fuerzas: De un lado está el estado de Israel con su comportamiento de verdugo sin piedad, un gigante en la tecnología de la guerra, del control de la información, las estrategias económicas y de las alianzas internacionales. De la otra parte está el sufrimiento sin medida de un pueblo expulsado de sus casas y sus tierras y, a la vez, prisionero en su propia tierra.
De un lado están los gobiernos poderosos dedicados a garantizar la impunidad del estado de Israel por más que se comporte como el matón que durante más de 70 años viene desobedeciendo las resoluciones internacionales y las más mínimas leyes del derecho humanitario. Y, si las potencias occidentales defienden a Israel, si la ONU se ve impotente para frenar a los matones, entonces ¿Qué derechos le asisten al pueblo palestino? ¿Quién defenderá al pueblo palestino
? ¿Quién salvara a ese chiquillo menor que un grano de avena? (Miguel Hernández) ¿Quién velará a esos niños y niñas que en su corta vida no llegaron a conocer la paz?
Solo el pueblo salva al pueblo. Y así, contra todo pronóstico de los verdugos, que pretendían una matanza silenciosa, casi anónima, sin imágenes, sin rostros y sin nombres, un reguero de solidaridad se ha extendido por el mundo como un enorme abrazo, como una mirada que se reconoce con quien sufre, como una conciencia colectiva que ha comprendido la dimensión de la tragedia como propia y que se niega a formar parte del abismo moral de los verdugos.
Estrategas y mandatarios, estadistas y financieros, los dueños de los medios de comunicación y las encuestas, los que todo lo saben y controlan, se olvidaron de que la fuerza de la solidaridad anida en la conciencia de los pueblos. Por más que quisieran ocultar los hechos, confundir las mentes, prohibir las manifestaciones, borrar los murales… aún andan por ahí sembrando la duda, intentando maliciosamente convencernos de que no podemos hacer nada y que, si hacemos algo, no sirve para nada… no pueden ocultar hasta qué punto les asusta esta marea de solidaridad que pone en evidencia sus poderes sombríos.
Y es que entre las capacidades creadoras de la solidaridad está la de crear luz en las conciencias. A la luz de la solidaridad, ¡Viva Palestina libre!