Los últimos acontecimientos en el IES de Zújar (Granada), colocan en la actualidad una temática que debería estar socialmente superada. No es cuestión de repetir las manifestaciones de altos tribunales europeos y españoles sobre esta (antaño controvertida) cuestión. Sin embargo, es evidente que quienes pretenden imponer la presencia en lugares públicos a otras personas de símbolos religiosos no cejan en su empeño.
Nadie se mete con las imágenes y signos religiosos que portan las personas en forma de medallas, escapularios, broches, entre otros. Nadie se manifiesta contrario a que en las clases, de la religión que sea, se muestren símbolos de la religión que toque. Nadie muestra rechazo a las prácticas religiosas que se realizan en los centros de culto.
Si eso es así ¿de qué se pretende debatir?. El núcleo del debate es el alcance de la exposición de todas las personas a la presencia de los símbolos religiosos y los mensajes que trasladan. En aquellos lugares donde necesariamente debemos convivir juntos, todas las personas tienen el mismo derecho a recibir mensajes públicamente aceptados o al menos sancionados por las leyes como de interés general. Si a ello nos ajustamos entenderemos, (los que evidentemente deseen entender) que los símbolos religiosos ni son públicamente aceptados, ni su presencia está sancionada por ley alguna. Más bien al contrario.
La tensión que provocan en las relaciones humanas aquellas personas que, con su intransigencia, no valoran la sensibilidad de otras, que tienen derecho a vivir su relación con los demás sin que se les imponga la presencia de signos religiosos. Probablemente si aquellos que se muestran intransigentes reconocieran al menos su intención de adoctrinar a los demás, todo sería más transparente, más sencillo.
Porque simple es el deseo de muchos creyentes de extender su creencia a otras personas. Porque es claro que ese intento se inscribe en prácticas de adoctrinamiento. Porque es diáfano que debemos entre todos garantizar nuestra tranquilidad y seguridad no sólo física, también emocional, en los espacios que públicamente compartimos todas las personas.
Naturalmente que no hay mala intención en aquellas personas que creen tener su verdad y que ésta debe ser digna y solidariamente compartida. Animados por este sentimiento de obrar de buena fe, no comprenden como aquello que para ellas es bueno e incluso necesario en sus vidas, pueda molestar a otras personas.
Pero es evidente que esa no comprensión de los otros, del prójimo, es un signo evidente de ceguera. Minusvalía comprensible después de siglos de dominación dogmática, pero al fin y al cabo, no deja de ser una cierta minusvalía para comprender, para empatizar con aquellas personas a las que los símbolos religiosos les molestan si se les impone en su vida cotidiana.
CGT, como organización libertaria, respeta profundamente las creencias que cada cual profese, pero en bien de la convivencia solidaria entiende que debemos compartir aquello que nos une con otras personas.
De forma que cuando nos relacionamos con otras personas busquemos el común denominador de todas y todos (laico) y nos guardemos aquello que puede separarnos o dividirnos, si de imposición a otros se trata.
Nadie tiene derecho a imponer, en espacios públicos, a otras personas, sus creencias, ni los símbolos donde estas se reflejan. Cuanto antes se entienda y asuma este principio, mejor se desarrollará nuestra convivencia.