EXISTE otra Memoria mucho más cercana a nuestro porvenir inmediato que aquella que fragmenta la opinión patria sobre la conveniencia de eliminar los vestigios del franquismo, y rescatar de las fosas ignoradas los restos de la sinrazón absolutista.
A esta Memoria se le llama Histórica y mal vive fraccionada por las cincuenta extensiones provinciales y las dos plazas autónomas del pavimento español. De ella habrá que seguir litigando hasta conseguir aniquilar totalmente el ADN de las barbaridades cometidas por la dictadura.
Pero de la otra, de la Memoria Local, esa que se condensa entre los diminutos confines del perímetro insular que pisamos los cañaíllas, hay que insistir periódicamente hasta las próximas elecciones, porque la fragilidad de las meninges ciudadanas tienden al olvido fácil y luego los lamentos ya no sirven para nada.
El tren de 2010 pasó y dejó vacía la estación de la abundancia. En sus vagones volaron esfumadas las ocasiones calvas porque quienes tuvieron que atraparlas estuvieron atareados en menesteres de intereses partidistas, y se olvidaron de buscar asiento al bienestar del ciudadano, dependiente de un progreso inmolado por la calamidad gestora de las huestes andalucistas afincadas en nuestros predios desde que su caudillo, maese Moreno, irrumpió allá por 1989 con su carita de no haber roto un plato, para colonizar de rotondas, farolas y tribunas sacramentales, el asfalto infecundo de un pueblo afectado por la transformación de sus tradiciones castrenses. Transformación empantanada en los lodazales de la incompetencia por el continuador del adalid salesiano, que ha contado con otros seis años más para revalidar las nulidades de su progenitor, blanqueando de modernidad la riqueza ostionera que distinguía nuestro legado patrimonial. A eso se reduce toda su gestión. A un nuevo alarde de presunciones inadmisibles plasmadas en un folleto de papel cuché pagado con un dinero que no duele. Un folleto cocido en el horno del PA que llega calentito a nuestros hogares vía buzoneo, al más puro estilo Ikea, para refregarnos en la cara una vez más, que gracias a los guindeles de las administraciones a las que los caballeros verdiblancos fustigan con rejones de muerte, esos edificios insignia de la ciudad han podido ser restaurados. Un folleto en el que se confía el porvenir de nuestra tierra a la frivolidad de una vesánica garantía grabada en su portada bajo un lema: “Nuestro Patrimonio, nuestra historia y nuestra cultura; claves de futuro”. Este es todo el legado que los andalucistas transfieren al pueblo tras veintidós años de gobierno y esa es toda la recompensa a la defenestración militar iniciada por su cabecilla sin más alternativas de progreso que la esperpéntica improvisación de un ejecutivo incapaz de descorrer una cremallera atrancada, en cuatro lustros y el pico. “Nuestro patrimonio, nuestra historia y nuestra cultura; claves de futuro”. Diez palabras congregadas en un agravio al buen juicio de un pueblo que no debería olvidarlas nunca, porque detrás de ellas queda sintetizado todo el tonelaje productivo que este grupo político en quiebra ofrece. Diez palabras indecentes capaces de sacarle los colores a una barra de hielo. Solo les ha faltado añadir al decálogo intolerable la coletilla del seductor “pasen y vean”, reclamo tradicional del léxico circense, para animar a los ingenuos a disfrutar de los saltimbanquis, los malabaristas, los prestidigitadores y los payasos -en el circo siempre hay payasos- del espectáculo que representan.
Mayo queda como quien dice al caracoleo de dos páginas del almanaque y ya ha comenzado el exfolio de la margarita del cercano plebiscito. Los Romeos inician la escalada hacia el torreón de las Julietas incautas para robarles su voluntad a cambio de un pícaro juramento de amor eterno y la promesa distorsionada de fidelidad perpetua. Se postulan en vallas gigantescas, en rotativas, en cámaras, en micrófonos y en portales web atracadores de intimidades hogareñas. Cualquier medio es eficaz para infiltrarse en el corazón de su pretendida y sembrar en él, la semilla de una pasión intrínsecamente adúltera porque, al fin y al cabo, estos Romeos trashumantes no se apellidan Montesco ni conocen boticarios abastecedores de venenos letales. Suspiran por el favor de las Julietas, pero si ellas se deciden por el conde Paris tampoco pasa nada; siempre quedan sitios en la hacienda de esta farsa donde retribuir su ambición impenitente.
Entre todos estos Romeos hay uno que parte con ventaja. Un Romeo experto que aguarda entre bambalinas el momento oportuno de su incursión en escena para llevarse la ovación de gala -lo del jueves en el cine Almirante solo fue un ensayo general entre familiares. Seis años interpretando el papel dan para mucho y seguro que en las simas ignotas de los renglones de su libreto, se esconden a buen recaudo las artimañas preconcebidas para asestar la estocada mortal a las aspiraciones de sus oponentes. Él conoce el punto débil de las Julietas. Él sabe cómo masturbarlas con procesiones santificadas, visitas reales, tapas a un euro, cornetas relucientes, uniformes del XIX y otras mascaradas callejoleras de glamour popular. Confío en que, de aquí a Mayo, alguien recuerde a las Julietas candorosas, que el verdadero amor va mucho más allá del emperifollamiento corporal y las falsas apariencias.
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