“La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”. John Lennon.
La catarsis emocional que provocó el virus de la pandemia parece haber mutado en la necesidad imperiosa que tenemos de pasarlo bien y de hacerlo ya y, pese a los elevados precios, pagamos por el disfrute vacacional lo que seguramente no vale e incluso hacemos cola para ello. No hace mucho, irse de vacaciones, tener un apartamento en la playa o hacer un crucero a todo trapo, de esos con pulserita para darle a la caipiriña desde las once de la mañana, era asunto de individuos ricos o en el límite del término, de una clase medio alta más bien minoritaria; hoy, en cambio y a Dios gracias, el abanico completo multicolor de clases sociales se va a la playa, sea en hotel, apartamento turístico o barca hinchable, ante lo cual la avalancha derivada es sencillamente monumental y un ejemplo claro ha sido este recién acabado mes de agosto en el que todo estaba a rebosar, desde lo bueno o aceptable hasta lo más mediocre. Y todo caro.
Ha sido tal el desembarco que provincias como la de Cádiz, por ejemplo, debieran emplearse en campañas a la contra del tipo “Desconozca Cádiz, sobre todo en agosto”; “Deje de venir, caution!, danger!”; “En el norte se está fresquito”; “Cuidado, alto riesgo de levante”; “La alta temperatura de la arena fina gaditana provoca sarpullidos cutáneos con riesgo de amputación parcial…”, aunque seguro que eslóganes de este tipo tendrían doble efecto llamada en lugares como, por ejemplo, Madrid, que se traslada a la orilla de Zahara de los Atunes y aquello parece la Puerta del Sol una tarde de rebajas en Preciados. Con todo, hacer turismo en agosto ha roto en idea mala: saturación, mal servicio, nula capacidad de absorber a tanto personal y, fruto de todo, precios desorbitados.
Pero una cosa es esta realidad y otra bien distinta demonizar el turismo como, de manera interesada, se viene haciendo de un tiempo a esta parte, quién sabe si auspiciado por el soterrado impulso de grandes cadenas hoteleras que han señalado al apartamento turístico como el objetivo a erradicar y, de paso, arrastran la imagen del turista, que ha derivado en un personaje molesto que al ritmo acompasado de sus ruedines se nos presenta como un incordio cuando la realidad dice que Andalucía, que Cádiz, sin turistas sería otra cosa y, sin duda, bastante peor. Parece evidente que el turismo no decrecerá sino todo lo contrario, se alinean dos factores fundamentales como son un clima con muchas horas de sol y una gastronomía fabulosa, ante lo cual cuestiones regularizadoras son urgentes antes de que este bullicio descontrolado que año a año va a más se haga viral y la gallina deje de poner huevos; regularizar, no eliminar, normativa, fiscalidad, porcentaje y ubicación de los apartamentos turísticos y que éstos sean el contrapeso a las tarifas muchas veces abusivas de las noches de hotel, gravar al turista con una tasa por el uso y disfrute que hará de todos aquellos servicios públicos que paga el ciudadano nativo y, también, dotar de financiación extraordinaria a los municipios que duplican, triplican o a veces mucho más su población estos meses y han de hacer frente a esta avalancha brutal con los mismos recursos y servicios esenciales que tienen para enero cuando solo atienden a su población nativa. No tiene sentido. Hay que cuidar el turismo invirtiendo en él, en general, no limitándose a absorberlo todo sin rigor y permitiendo una abusiva subida de precios sin control.
La Organización Mundial de Turismo señala en sus previsiones para este 2024 que España se coloca como el segundo país más visitado del mundo con 71,7 millones de viajeros anuales, tan solo por detrás de Francia y por delante de lugares tan apetecibles de ser visitados como Estados Unidos, Turquía o Italia. No hay mejor indicativo de la potencia de, seguramente, la principal industria nacional.
El contrapeso es que acabado agosto llega septiembre y con el retorno al cole y al trabajo el bullicio, en horas, desaparece, al tiempo que una melancólica luminosidad enfoca un inicio de curso que se presenta muy cafetero. En lo político, tiempo habrá de desgranar lo que se avecina en los procesos congresuales recientemente inaugurados por el presidente Sánchez y que a finales de noviembre congregará en Sevilla al PSOE nacional para encumbrar a su secretario general y, en clave autonómica, medir los escarceos que se empiezan a producir en torno a la continuidad de Juan Espadas como secretario general y candidato o si la corriente crítica es capaz de organizar una candidatura alternativa, que no parece sencillo dado que pocos nombres hay para encabezarla. En un movimiento, quién sabe si estratégico del siempre activo López Gil, Fernando, la alcaldesa de San Fernando Patricia Cavada desmintió su intención de ser alternativa a Espadas ante la publicación de un medio, quién sabe si previa filtración, situándola en la idea; están Juan Francisco Serrano, Juanfran, que quiere pese a que diga lo contrario y que ha hecho todos los movimientos previos, pero que ni tiene, al menos aún, el visto bueno presidencial ni una situación personal idónea para afrontar esta contienda, y está la ministra Montero –la chiqui, según la alcaldesa de Jerez-, que suma tanto lastre que en ningún caso parece el refuerzo fresco que merece la causa. Y ello frente a un PP que comenta entre pasillos la posibilidad de que Juanma Moreno adelante para el último trimestre de 2026, dentro de dos años. Pero esa es otra.
Por lo demás, abierta queda la verja de una nueva temporada en este jardín que en breve despedirá el verano para tornar en pálido otoño y hacerlo en el propósito de derramar con tino, o más o menos. Siempre, por encima de todo, alimentando la idea de que la vida es hoy y un día como hoy merece ser vivido con la intensidad de su condición de único porque no hubo en el pasado ni habrá en este futuro incierto un día exactamente como lo será el de hoy.