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Jerez

El elogio al individualismo de 'Vivir el momento'

Florence Pugh y Andrew Garfield transmiten química y se convierten en lo mejor de una película que rompe desde la sinceridad alguno de los clichés del melodrama

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Vivir el momento es la historia de Almut y Tobias. Ella es la chef de un restaurante que aspira a su primera estrella Michelin; él acaba de separarse y deambula por la vida sin excesivas aspiraciones. Sus vidas se cruzan, literalmente, cuando ella lo atropella con su coche. Ése es, al menos, el punto de partida de una historia que el espectador ha de ir construyendo en su mente durante la primera hora de película, a partir de constantes saltos en el tiempo que van delimitando la personalidad y las circunstancias que han ido rodeando la vida de la pareja a medida que se han ido conociendo, enamorando, formando una familia y enfrentándose a una adversidad fatal.

Es el principal acierto de su director, John Crowley (Brooklyn), en su empeño por romper con ciertos clichés y usos del drama romántico y establecer un discurso propio que, no obstante, carece de continuidad a medida que avanza la película y se hace más lineal. El segundo gran acierto es contar con una pareja que transmite química y hace creíbles sus deseos, sus aspiraciones, sus temores, su manera de enfrentarse al mundo y al propio destino. 

Esa pareja la forman Andrew Garfield, un actor del que había llegado a detestar cierta intensidad, pero que aquí se muestra más contenido y próximo a la respuesta que exige su coprotagonista, una excelente Florence Pugh, que vuelve a demostrar una capacidad innata para hacer siempre algo distinto, para que cada película en la que aparece suponga un redescubrimiento de su talento, de su forma de mirar y de expresar todo lo que necesitamos saber sobre sus personajes.

Son ellos los que dan sentido a un guion que, insisto, pretende huir de determinados caminos trillados -el desenlace de la historia, que se ve venir de lejos, lo es, y aún así consigue que desviemos la atención hacia otras lecturas- y que, además de recorrer la vida de una pareja durante una década y hacernos cómplices de sus vaivenes, aspira a detectar conductas del cambio de siglo en las que prevalece el valor del individualismo.

En este sentido, Vivir el momento es un drama romántico atípico, puesto que pese a manejar las claves que podemos reconocer en cualquier otra película del género, las conjuga desde otra perspectiva en la que ya no se trata sólo de la vida de una pareja, sino de cómo acepta esa pareja las aspiraciones personales e individuales dentro de la pareja. Hay ahí un derroche de sinceridad que es el que dinamita las opciones del melodrama azucarado al que el público puede estar acostumbrado, pero que invita a abrir interrogantes en torno a esa particular interpretación del carpe diem, o a esa visión misma de una necesidad a la que parecen empujarnos los nuevos modos de vida.  

Crowley firma en cualquier caso una más que aceptable película a la que tal vez le sobre exceso de sinceridad y le falte algo más de atrevimiento formal, o llevarlo hasta las últimas consecuencias y no limitar el esfuerzo a distanciarse de otros títulos con cierto parentesco.

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