La gente está terriblemente cansada…Cansada de trabajar, de no hacerlo, de rebuscar en la basura o de robar ropa usada, de los bidones de Cáritas.
El asalto es brutal y no sabemos cómo soslayarlo. Incluso hay un movimiento- nada secreto- en la red de odio , al que aún conserva su trabajo, no sé exactamente basado en qué más que en la rabia, mientras el que aún lo retiene-aunque sea por cuatro pelos- mira con desespero al que lo ha perdido, viendo sus propias barbas mojadas y preparadas para pelar. El otro día dijo alguien que era más fácil vivir con fe y creyendo en Dios y es cierto, felices navidades aquellas cuando nos engañábamos con los reyes magos y el árbol de navidad y las historias interminables de la televisión española en blanco y negro con todos esos finales de película rosa.
Felices y ascéticos días en los que no existía ni el Sida, ni los carteles de prostitutas en los autobuses urbanos, dando impunidad a los que creen que un casquete es como comerse un bombón con forma cárnica que viene empaquetado para ti desde Ucrania o Perú o Angola y no personas iguales que la que dejó en casa con los rulos puestos y la cena sin enfriar.
La realidad se impone a base de patadas y nos las dan por todas partes, a los de los “eres”, a los que despiden fulminantemente, a los que dejan de cotizar, a los que pierden casa y futuro y a los que tenían elevadas nóminas como escayolistas o pintores o electricistas, trabajando a destajo y ahora se ven en la cola de los comedores de caridad.
No queremos saber que criaturas de medio mundo mueren en hospitales infrahumanos, mal atendidos de enfermedades que son perfectamente curables, porque no tienen dinero, porque no hay medicinas y porque la sanidad en muchos países dictatoriales que van cayendo o que no caen, solo está destinada a unos pocos. Que te extirpen el clítoris es comparable a cuando a nosotras nos extirpaban el cerebro, nos conminaban a ser exactamente como nuestras madres y nos obligaban a agachar la cabeza, a no contestarle a un varón, a no mirar de frente y a no hacer esa cosa tan fea que era pensar por nosotras mismas.
La ablación es un pecado capital, porque mata la alegría y el futuro, mata la libertad y la disponibilidad de hacer lo que te salga de la vagina, queriendo matar en realidad a la persona dispuesta que hay en ti, vejándola, ultrajándola y rompiéndola en mil pedazos.
Puede que nos acostumbremos a hablen de nuestra política nacional en alemán o francés, puede que lo hagamos a que unos pocos crean que la solución de todo está en cambiar la ralla del pantalón de vestir del gobierno, pero terriblemente habrá muchos que no se sacudirán los escombros de esta crisis, ni cuando la bonanza vuelva a aparecer y regalen los plasmas en los supermercados y los créditos paganos vean de nuevo la reluciente luz que les da la vida de las tarjetas de crédito…porque habrá muchos que los contenedores de basura le sabrán a poco y que las huelgas de limpieza solo serán un motivo de alegría , porque en lo que unos desechan otros encuentran la forma de sobrevivir.
Puede que nos acostumbremos a vivir con contratos precarios, a compartir vivienda con nuestros hijos hasta que cumplan los cincuenta y dos, a que nuestros nietos nos vean todos los días porque los llevemos y traigamos del colegio y a que los mejores se marchen a sacarle brillo en los pechos a la Merkel, pero no nos acostumbraremos a que los nuestros no se curen en los hospitales y les den el alta porque sí, ni a que no se eduquen todos por igual en la pública, ni que los ancianos tengan que mendigar para subsistir, supongo entre otras cosas porque queda algo de quijotesco en nosotros y aquellos que nos limpiaron el cerebro crítico con la cuchilla oxidada que usan con las niñas para la ablación, hicieron un trabajo- nunca mejor dicho- de matarifes y nos dejaron olvidadizos la esperanza, como la de Pandora, escondida en un rincón.