Nadie derribó dinosaurios con tirachinas
¿Qué pensarán aquellas empresas interesadas en invertir en la ciudad de los que han empezado a propagar que Jerez es la Grecia del sur de España?
Pablo Herreros es un periodista madrileño al que le habría gustado “nacer en Jerez, la cuna del arte, y del flamenco, mi gran pasión”. Lo reconoce, así, abiertamente en su blog Comunicación se llama el juego, cuya popularidad ha crecido de forma significativa a raíz de su enfrentamiento con el programa de televisión La noria.
Las opiniones de Herreros, de hecho, junto con las reacciones de apoyo que se sucedieron en la blogosfera y las redes sociales, se convirtieron en el desencadenante de que los patrocinadores del programa retiraran su publicidad tras reconocer el impacto negativo que iba a tener sobre sus marcas y productos que los relacionaran con un espacio en el que se iba a entrevistar, previo pago, a la madre de un delincuente.
Herreros, por mucho que le pueda su pasión por Jerez -sobre todo en estos días en los que se celebra el festival flamenco-, no se ha referido a nuestra ciudad desde su blog, pero su iniciativa nos sirve de ejemplo para reflexionar acerca del daño que, desde hace un tiempo a esta parte, se le viene infligiendo a la imagen de Jerez de cara al exterior, y, más aún, acerca de la absoluta indolencia con la que estamos afrontando una realidad que no hace sino degradar los recursos propios desde los que hay que reivindicar las posibilidades de mejora y crecimiento de la ciudad en su conjunto.
Me pregunto qué imagen van a llevarse de la ciudad aquellos visitantes japoneses, alemanes o franceses, que han elegido estas dos semanas para asistir al Festival de Jerez -del Festival, excelente, pero ¿y de las calles, y de los petardazos en las movilizaciones, y de la acampada en el Arenal?. También, cuáles serán las sensaciones de aquellas empresas interesadas en invertir en nuestra zona -de las infraestructuras disponibles, también excelentes, pero ¿y de los que han empezado a propagar que Jerez es la Grecia del sur de España, y de las protestas diarias por el impago de los salarios, y de las pequeñas barricadas incendiadas?-.
¿De verdad nadie se ha parado a pensar en el daño que podemos estar causándonos a nosotros mismos? Y, ojo, no pretendo con esto deslegitimar en ningún momento ni las movilizaciones ni las protestas provocadas por situaciones insostenibles y que han llevado a centenares de familias jerezanas a vivir de los escasos ahorros que les quedaban, del apoyo familiar o de la solidaridad ciudadana. Tampoco fomentar la comprensión hacia una acción de gobierno superada por las circunstancias y desorientada en pleno laberinto de deudas y conflictos por cerrar. Pero sí al menos alentar cierto acercamiento, cierta contribución colectiva a las posibles soluciones y alternativas, desde la comprensión y el reconocimiento de las dificultades por los que todos atravesamos.
El problema es que hay pocos visos de que eso pueda ser así. El enconado bipartidismo, que solo sirve para seguir partiendo en dos nuestras esperanzas, ha recobrado todo su sentido en nuestros días, y nos condiciona y nos somete, tal vez porque el PSOE se juega su supervivencia o su renacimiento desde Andalucía, tal vez porque el PP necesita abarcar todas las fichas del tablero para dominar el juego por completo, sin fisuras ni remordimientos, y nos ha pillado a todos en medio, huérfanos de soluciones y perspectivas.
Quisiera creer que el 25-M no ejerce de condicional, que sí lo hace, que detrás de los recortes y las subidas de impuestos no vendrán más, que lo dudo, y que tampoco se espera una actitud sumisa del ciudadano, porque, en este caso, basta con recordar a Shakespeare: “Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?”.
Sin embargo, incluso en el caso de Andalucía -donde las encuestas siguen dando por cierta la victoria del PP-, hay un dato incontestable: el del resultado de las urnas el pasado 20 de noviembre después de cinco meses de gobiernos autonómicos y municipales liderados por los populares en toda España. No se conoce el caso de nadie que lograra derribar dinosaurios con tirachinas. Ahora jugamos a eso, incluso amenazando con una huelga general, mientras perdemos de vista cómo se derriba el mundo alrededor porque somos incapaces, todos, de contribuir a estrechar voluntades en favor del bien común.
Las opiniones de Herreros, de hecho, junto con las reacciones de apoyo que se sucedieron en la blogosfera y las redes sociales, se convirtieron en el desencadenante de que los patrocinadores del programa retiraran su publicidad tras reconocer el impacto negativo que iba a tener sobre sus marcas y productos que los relacionaran con un espacio en el que se iba a entrevistar, previo pago, a la madre de un delincuente.
Herreros, por mucho que le pueda su pasión por Jerez -sobre todo en estos días en los que se celebra el festival flamenco-, no se ha referido a nuestra ciudad desde su blog, pero su iniciativa nos sirve de ejemplo para reflexionar acerca del daño que, desde hace un tiempo a esta parte, se le viene infligiendo a la imagen de Jerez de cara al exterior, y, más aún, acerca de la absoluta indolencia con la que estamos afrontando una realidad que no hace sino degradar los recursos propios desde los que hay que reivindicar las posibilidades de mejora y crecimiento de la ciudad en su conjunto.
Me pregunto qué imagen van a llevarse de la ciudad aquellos visitantes japoneses, alemanes o franceses, que han elegido estas dos semanas para asistir al Festival de Jerez -del Festival, excelente, pero ¿y de las calles, y de los petardazos en las movilizaciones, y de la acampada en el Arenal?. También, cuáles serán las sensaciones de aquellas empresas interesadas en invertir en nuestra zona -de las infraestructuras disponibles, también excelentes, pero ¿y de los que han empezado a propagar que Jerez es la Grecia del sur de España, y de las protestas diarias por el impago de los salarios, y de las pequeñas barricadas incendiadas?-.
¿De verdad nadie se ha parado a pensar en el daño que podemos estar causándonos a nosotros mismos? Y, ojo, no pretendo con esto deslegitimar en ningún momento ni las movilizaciones ni las protestas provocadas por situaciones insostenibles y que han llevado a centenares de familias jerezanas a vivir de los escasos ahorros que les quedaban, del apoyo familiar o de la solidaridad ciudadana. Tampoco fomentar la comprensión hacia una acción de gobierno superada por las circunstancias y desorientada en pleno laberinto de deudas y conflictos por cerrar. Pero sí al menos alentar cierto acercamiento, cierta contribución colectiva a las posibles soluciones y alternativas, desde la comprensión y el reconocimiento de las dificultades por los que todos atravesamos.
El problema es que hay pocos visos de que eso pueda ser así. El enconado bipartidismo, que solo sirve para seguir partiendo en dos nuestras esperanzas, ha recobrado todo su sentido en nuestros días, y nos condiciona y nos somete, tal vez porque el PSOE se juega su supervivencia o su renacimiento desde Andalucía, tal vez porque el PP necesita abarcar todas las fichas del tablero para dominar el juego por completo, sin fisuras ni remordimientos, y nos ha pillado a todos en medio, huérfanos de soluciones y perspectivas.
Quisiera creer que el 25-M no ejerce de condicional, que sí lo hace, que detrás de los recortes y las subidas de impuestos no vendrán más, que lo dudo, y que tampoco se espera una actitud sumisa del ciudadano, porque, en este caso, basta con recordar a Shakespeare: “Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?”.
Sin embargo, incluso en el caso de Andalucía -donde las encuestas siguen dando por cierta la victoria del PP-, hay un dato incontestable: el del resultado de las urnas el pasado 20 de noviembre después de cinco meses de gobiernos autonómicos y municipales liderados por los populares en toda España. No se conoce el caso de nadie que lograra derribar dinosaurios con tirachinas. Ahora jugamos a eso, incluso amenazando con una huelga general, mientras perdemos de vista cómo se derriba el mundo alrededor porque somos incapaces, todos, de contribuir a estrechar voluntades en favor del bien común.
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