La noticia de que Rajoy pretende rescatar a Bankia con más de 23.000 millones de euros públicos, de usted y míos, que no del BCE -que con los intereses se convertirán en una deuda de ni se sabe con la prima esa de riesgo a 540 y subiendo-, está generando una irritación social de primera magnitud.
No se trata solo del enorme montante del desaguisado, que también, sino del cúmulo de circunstancias paralelas al asunto que van apareciendo cada día. Todos los días. Ayer era Rato el que se llevaba de premio 1,2 millones de euros (estamos hablando de casi 200 millones de aquellas pesetas) en agradecimiento a sus servicios por dejar la institución en la ruina; luego, que Fernández Ordoñez se va de rositas del Banco de España, cuando su responsabilidad era controlar los desmanes de la banca privada. Más tarde, que le obligan a mantener silencio sobre Bankia o que otro de los responsables llamado Izquierdo (éste proveniente de Bancaja) se lleve una idemnización de 14 millones, como ya hiciera Amat el año pasado al prejubilarse con 6,16 millones cobrados a tocateja… Pero, ¿están locos o qué?
A veces me da la sensación de que vivo en un país inventado por un patólogo. Pero, cuando abro los ojos y miro alrededor, me doy cuenta de que no es así. Siento entonces una pena enorme y una irritación de la que no me creía capaz. Desasosiego. Preocupación. Indignación.
Circulan por la red un par de gráficos que me gustaría enseñarle. Uno visualiza, por volúmenes, las diferencias entre el rescate de Bankia y el coste los recortes previstos por el gobierno en Sanidad y Educación, que son dos aspectos en los que reside ese Estado del Bienestar que se desintegra. Como verán, no hay color. Es vergonzoso visualizar de golpe una inmoralidad tan brutal. En el otro, acaso más creativo, se explica lo que se podría hacer con ese dinero. Casi nada.
Lo peor, con mucho, es el trasfondo del asunto. Que nos hayan estado engañando año tras año con el cuento de la “saneada banca española”, que a los políticos a sueldo y a los economistas neoliberales se les llenaba la boca alabando la fortaleza financiera de la banca privada mientras por los agujeros reales se veía Australia. Lo peor es que las mismas aberraciones del capital que han conducido al sistema a una profunda crisis están sentando las bases de uno nuevo que se construye sobre las espaldas de las personas, sobre el paro y la pérdida paulatina de sus (nuestros) derechos más elementales. La banca siempre gana, dicen en los casinos y en los consejos de administración.
Y usted y yo, con cara de póquer y aguantando la marea, cuando lo que habría que hacer es lo necesario para que acabaran en la cárcel, como han hecho en Islandia. Que paguen la deuda los que la generaron, los que la contrataron y los que la dilapidaron, los bancos a los que se reflotó y los políticos que se lo regalaron y consintieron. Ellos, y no nosotros, son los que han “gastado por encima de sus posibilidades”. Que corran ahora ellos también con las consecuencias.