Desde el susto del 23-F, recuerdo pocas comparecencias gubernamentales tan trascendentales como la de Mariano Rajoy de este miércoles. Los españoles se sentaron ante el televisor, encendieron la radio o internet, como el que va al médico a conocer el resultado de unos análisis, con el miedo por dentro y el estómago revuelto. El doctor Rajoy no se anduvo por las ramas: “Tienen ustedes cáncer”. Fue como sentir todo el peso del cuerpo desplomarse sobre el asiento, vencido por la gravedad -la física y la económica-. Consciente del impacto, Don Mariano acudió presto a amortiguar los efectos con un poco tranquilizador “es benigno”. Decía Woody Allen en Desmontando a Harry que las dos palabras más hermosas que conocía eran “tumor” y “benigno”, siempre que se pronunciasen dentro de la misma frase, pero en boca del presidente no lograron causar tal efecto.
Su recetario para salvarle la vida terminará costándole al pueblo llano la salud y muchos solo podrán aspirar a recibir condencoraciones civiles post mortem por los sacrificios realizados para contribuir a la salvación del Estado. “¿Servirá para algo?”, se preguntaba al final de su discurso. “Rotundamente, sí”. Menos mal. La bancada popular se lo reconoció con un sonrojante aplauso, como el que acude de público a la final de OT a apoyar a su sobrino, por mucho que haya desafinado.
Ocurre, como después de cada grave diagnóstico, que el paciente tarda en asimilar su nueva realidad, su imperfecta dimensión, incapaz de asociar ideas con claridad hasta que la sangre recupera su flujo, inoculada ya por el virus del miedo y la resignación. Es entonces cuando, bajo dichos estímulos, termina por asumir y aceptar su nueva condición, cuando reconoce que no queda otra salida para aspirar a la salvación colectiva. ¿Acaso alguien lo duda? No, salvo por el hecho de que los sacrificios repercutan exclusivamente sobre una sufridora clase media, estigmatizada además por su fidelizada economía sumergida y la ausencia de estímulos para buscar empleo.
La historia se repite e invita a clamar de nuevo el imprescindible “Máteme usted, pero no me mienta”, entre otras cosas porque esta amenaza por entregas ya ha cumplido su función -desgastar y paralizar al ciudadano- y hasta los más dolientes hubieran agradecido todas las medidas de una vez, desde el primer momento, a este martilleo psicológico y demagógico de los ajustes, las reformas y los rescates. El fondo y las formas en permanente pugna con los idearios políticos y económicos.
El PP, mientras tanto, tira de manual y, de paso, saca también pecho para reivindicar su valentía a la hora de impulsar un paquete de reformas que juega electoralmente en su contra y en el de sus siglas. Lo dijo el otro día Carlos Floriano, satisfecho de haber antepuesto los intereses de España y los españoles a los del propio partido; claro que pasó por alto que las medidas más trascendentales se han tomado después de las elecciones andaluzas y no desde que ganaron en noviembre. “That´s the question” siempre que algo huele a podrido en Dinamarca.
En cualquier caso no sé qué resulta más conmovedor, si ver a un representante del partido en el poder justificando el incumplimiento de las promesas electorales, o el multiplicado “pío-pío” de los que desde el sofá de casa llaman a la rebelión con sentidas proclamas -también insultos deliberados e innecesariamente reafirmantes- a la espera de que los demás muevan un dedo, mientras agrandan el currículum de su ego particular a base de mensajes que, por desgracia, sirven para combatir ante quienes nos gobiernan, del lado de los que sostienen las pancartas en las protestas, pero no contra el miedo que atenaza al ciudadano, que es donde se asienta la auténtica realidad desde la que se despliegan a diario los recortes y la prima de riesgo. El jueves lo vimos en Jerez, en la manifestación contra el ERE municipal, con más de mil personas en la calle, sí, pero en fila y en silencio, como el que acompaña al Santo Entierro el Viernes Santo o transita por los pasillos de un hospital, no vaya a encontrarse con el doctor Rajoy y nos recuerde lo del cáncer.