¿Qué está pasando? Es para volverse loco. Yo sabía que en Cádiz había policías y fuerzas de seguridad. Lo que no sabía es que había tantos. ¿De dónde han salido tantas porras, pistolas, perros adiestrados, paqueteras y demás artilugios de pegar y de morder? Se ha reunido en la capital mucha gente importante, o al menos que se lo cree. A la cosa le llaman cumbre y lógicamente está pensada para los que vuelan muy alto. El Rey se ha dejado caer por aquí antes de ir al taller, aunque realmente todavía no se ha caído como es su costumbre. Hasta el de los recortes apareció por la Caleta y no faltaron quienes, obviamente no afectados en sus cuentas corrientes, le regalaron una piedra de afilar las tijeras que traía en la maleta.
Han venido bastantes Jefes de Estado y de Gobierno de muchas naciones de América; tantas que, si nos pusieran ahora un examen de Geografía sobre ese continente, un buen montón de gente contestaría que existe Argentina, la patria de Messi, y punto final. No ha venido Fidel Castro, aunque éste ni siquiera sale del taller. Tampoco ha aparecido Hugo Chaves, que no para de ir una y otra vez a otro taller que su amigo Fidel le tiene preparado en Cuba y además con él puede hablar lo que quiera y no con el que le dice por qué no te callas. Ni la de Argentina, que alega que le duele la cabeza. ¿No será que sabía que a la misma entrada de Cádiz están las gasolineras de Repsol y para pasar un mal rato siempre hay tiempo?
Por supuesto todos los que han venido están siendo tratados a golpe de mantel y de buenas mesas, porque los anfitriones y los huéspedes deben pensar que si ellos no se cuidan a sí mismos quién lo va a hacer por ellos. Llegaron y pegaron; en la cumbre no les puede faltar de nada, aunque a muy pocos metros bastantes familias lo estén pasando canutas simplemente para comer algo. Precisamente ayer soñé en el manicomio que lo mío era haber sido Jefe de Estado o algo parecido, porque estas cosas te relajan mucho. Comes como los reyes, vas en volandas como los ángeles, vives como Dios. Y, si hay crisis, la pagan los demás. Perfecto. ¿No es para tenerles una infinita envidia? Mueven un dedo y aparecen cuarenta alrededor dispuestos a hacer lo que haya que hacer para darles gusto. Se olvidan del tráfico y de los embotellamientos. Tienen claro que no van a tener que buscar aparcamiento ni van a tener que estar pendientes del reloj para cambiar el ticket. Pasan de guardar cola para ver a cualquier personaje, porque los personajes son ellos. Se sientan en sus preciosas mesas y no tienen que esperar a los camareros, porque los camareros los esperan a ellos. Hablan y todo el mundo se pone a escucharlos, aunque digan más pamplinas que yo en mis peores días. Saben que nadie les va a tirar tomates, primero porque la distancia los ampara, segundo porque el que los tirara tendría que tener muy buena puntería y tercero porque el que se atreviera se iba a comer los tomates sin aliñar. Y por si faltara poco, se limitan a leer lo que otros les escriben en letra tamaño doce como mínimo para que su vista no sufra demasiado. Así da gloria. A vivir que son cuatro días y con los recortes no llegan a dos. Y encima los llevan a dormir a los mejores hoteles, por supuesto de Chiclana. Y yo aquí en el manicomio comiéndome las uñas.
En La Isla, por no haber sitio y aunque dicen que es una ciudad dormitorio, no duerme ninguno de estos señores o señorías, cuando es el lugar más entrañable, más íntimo, más histórico, más emblemático y más certero por tratarse de una cumbre que al parecer celebra los doscientos años de una Constitución que nació precisamente aquí sin ir más lejos. Pero vamos a tomarnos las cosas con calma. A las águilas les gustan las cumbres, pero los gorriones preferimos volar bajito, para poder saborear las azoteas y palpitar más cerca de la tierra. Al final todos vamos a caber en un metro escaso, menos Chaves que necesitará algo más.