Este sábado 23 es el día de la indignación. Si en aquel pasado 23F ya nos indignaron a las personas de bien las actitudes y las amenazas de un puñado de golpistas retrógrados, hoy, pasados más de treinta años, muchos seguimos pisoteando la misma senda de la vergüenza ajena y la propia congoja, con un agravante esencial: ahora, además, no llegamos a fin de mes.
Me siento como una vaca flaca, no sé si os lo he comentado, a la que -a pesar de que está de dar más pena que leche- todos le quieren sacar otro filete más del lomo. Estamos siendo esquilmados, nuestros bolsillos vaciados, nuestras cuentas machacadas, nuestros trabajos en babia y la esperanza de cobrar el paro o la jubilación más colgada que un abrigo en agosto.
Pero nos suben la luz hasta pagar la energía más cara de Europa, triplican las facturas del agua o las basuras, la gasolina por las nubes, el IBI ni te lo cuento, el tabaco tan prohibitivo que me he quitado de fumar, los teléfonos móviles de abuso, Internet a precio de pata negra…, parece que solo pagamos los tontos y que es con nuestro dinero con el que se alimentan tantos despilfarradores carroñeros que encima se permiten el lujo de asegurar sin vergüenza que lo que pasa es que vivíamos por encima de nuestras posibilidades.
Cada día estalla un nuevo escándalo que insiste en arrojarnos a la cara que cualquier mindundi nos ha robado la cartera, se lo ha montado de cine a costa de nuestra pasta y aún se pavonea ante nuestras narices esquiando en Suiza, matando elefantes o celebrando fastuosos cumpleaños mientras la ciudadanía se come los mocos.
Lo mismo salgo a manifestarme este sábado o igual me quedo en casa en decúbito prono y con el culo al aire.