Ahora que he dejado de fumar la burrada que me metía entre pecho y espalda, no paro de toser. Esto no estaba en el programa, ni se mencionaba en las perspectivas de los buenos amigos cuando te decían, Antonio, lo tienes que dejar. Ni la nariz taponada, ni los agobios al respirar. Yo, al menos, no os lo voy a ocultar. Si decidís dejarlo, sabed bien a lo que os exponéis, que este profundo malestar que siento -tras la drástica decisión que lamento solo por eso-, no es moco de pavo.
En estas reflexiones andaba, en el fondo rebeliones ante lo que uno percibe como una cruel injusticia, cuando he sabido que ha muerto Hugo Chávez. Hablando de injusticias… La gente sencilla, los pobres del mundo, los desheredados de la tierra estamos de luto, al menos por unas horas, porque se nos ha ido el comandante.
Me siento rodeado por negros nubarrones de pesar y de tristeza, no tanto porque su persona me resultara humanamente atractiva como por el enorme aprecio que he ido sintiendo, desde la lejanía, tanto por la trayectoria de su pensamiento hacia el socialismo real como por la magnitud y el inmenso compromiso con los humildes que ha ido representando su obra.
A contracorriente, plantando cara al poderío de las grandes multinacionales del petróleo y a las clases dirigentes venezolanas dueñas de la vida y destinos, de los medios y las riquezas de un pueblo al que tenían sojuzgado y sometido hasta extremos impensables, a los políticos de aquella Acción Democrática del amiguísimo de Felipe González, Carlos Andrés Pérez, al mismísimo todopoderoso vecino yanqui del Norte…
Su amada República Bolivariana, toda América del Sur, recuperada al fin su dignidad en la diferencia, independiente gracias a esa CELAC que levantó Chávez a pulso, todos los oprimidos del mundo estamos hoy de luto.
Y no paro de toser.