Estábamos tranquilos porque en esta ocasión las elecciones vascas se iban a celebrar sin ninguna candidatura proetarra y nos desayunamos con esas reflexiones del obispo de San Sebastián...
Estábamos tranquilos porque en esta ocasión las elecciones vascas se iban a celebrar sin ninguna candidatura proetarra y nos desayunamos con esas reflexiones del obispo de San Sebastián en las que se califica como un “mal para la comunidad política” que se hayan ilegalizado las listas electorales de los que apoyan el secuestro, la tortura y el tiro en la nuca. Ahora resulta que a monseñor Uriarte lo que le quita el sueño no es que una buena parte de sus feligreses no vivan en libertad, sean perseguidos por sus ideas políticas y tengan el miedo permanentemente metido en el cuerpo.
Lo que le preocupa es que se quede sin representación una parte minoritaria de la población, lo cual, según él, “limita el ejercicio de un derecho fundamental, distorsiona el mapa electoral y propicia un proceso de excepcionalidad apoyado en una ley también excepcional como es la ley de partidos”. ¡Toma ya!.
Es verdad que a estas alturas de la película no debería de extrañarnos que la Iglesia utilice los púlpitos para hacer política, ni tampoco que los obispos vascos –tan cobardes en muchos momentos como para negarse a celebrar funerales por los asesinados de ETA– crean desde su miopía que se puede ser equidistante o indiferente si se trata de dar consuelo a las víctimas o a sus verdugos.
Sin embargo, pensábamos que en esta ocasión –y una vez que los tribunales han resuelto en tiempo y forma que quienes apoyan a los que tienen las manos manchadas de sangre no pueden presentarse a las elecciones y utilizar el cobijo de las instituciones para atentar contra ellas y segar la vida de inocentes– la actitud de la Iglesia iba a ser diferente.
Desgraciadamente hay cosas que no cambian nunca y esta es una de ellas. En una ocasión oí relatar a Rosa Díez que poco después de que ETA asesinara a su hijo Joseba, Pilar Ruiz se encontró con monseñor Setién por las calles de San Sebastián. Se acercó a él y se presentó. El obispo hizo un amago de darle el pésame. Pilar le interrumpió y dijo “les considero a ustedes, a la Iglesia que usted representa cómplices de los asesinos de mi hijo. Si Jesucristo volviera a la Tierra les expulsaría del templo por fariseos”. La escena me sobrecogió por la dureza, pero entendí que esa mujer les llamara fariseos porque no se puede predicar una cosa y hacer la contraria, ni es admisible que siempre sea una parte de esa Iglesia la que ofrezca coartadas a los que quieren seguir practicando el terror. Fariseos y cómplices.