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Groucho

Hay quien prefiere tener la fiesta en paz, aunque sea de modo más aburrido, antes que sacar los pies del plato hoy y que salga el sol por Antequera mañana

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Me encanta la famosa frase de Marx (Groucho, por supuesto): “Nunca pertenecería a un Club en el que admitieran como socio a alguien como yo”. Me he acordado de ella cuando una amiga, profesora de instituto, me comenta que está notando un retroceso en las relaciones de pareja de sus alumnos y, obviamente, alumnas. Dice mi amiga que es llamativo cómo gente tan joven puede llegar a emparejarse, ennoviarse, tan pronto, formalizando relaciones que, hasta ahora, eran propias de personas de mayor edad, más maduras. Las fiestas de fin de curso, tan de esta época, están dando problemas entre quienes quieren ir en pareja y quienes creen que a estas cosas se va con los compañeros, y compañeras, y no con la pareja. Pensaría que lo que me ha contado mi amiga es una exageración si no fuera porque yo también soy profesor y, aunque mis alumnos -y alumnas- no son ya adolescentes, veo que hay disputas entre quienes quieren una fiesta de fin de carrera en pareja y quienes la desean de genuina soltería. Miento. En realidad todos, y todas, quieren ir sin pareja. Cuestión distinta es que algunos, y algunas, comprenden que eso les puede acarrear una discusión sentimental, que es a lo que vamos. En consecuencia, hay quien prefiere tener la fiesta en paz, aunque sea de modo más aburrido, antes que sacar los pies del plato hoy y que salga el sol por Antequera mañana. Se supone que estos comportamientos no son propios de mentalidades abiertas. Se nos ha educado en la libertad individual y en eso que llaman la confianza. Se nos ha dicho que los celos son retrógrados e irracionales siempre. Se nos ha hecho ver, con razón, que las relaciones de pareja no pueden ser posesivas, mucho menos obsesivas. Tenemos claro que nadie es dueño de nadie y parece como si constantemente tuviéramos que estar preparados para que, en uso de la libertad individual, un día nos manden a freír espárragos y nos pongan las maletas en la puerta de casa. A veces pienso que nos educaron para querer con el cerebro y no con el corazón. Allá por los ochenta, en época de máxima libertad, se sinceraba Antonio Flores cantando “que no puedo olvidar tu cuerpo desnudo y me revienta pensar quién puede estar encima de ti”. Más explícito imposible. También cantaron al desamor Alaska (“un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente. No me arrepiento, volvería a hacerlo, son los celos”), La Unión (“fueron los celos y no yo, sólo pretendía guardar algo de mi posesión”) y el inigualable Loquillo (“que no la encuentre jamás o sé que la mataré; sólo quiero matarla a punta de navaja, besándola una vez más”). Tal vez no estemos hablando de nada malo. A lo mejor estamos ante una vuelta a la naturalidad. A lo mejor nuestros jóvenes entienden más a Groucho que nosotros.

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