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Martes 19/11/2024
 
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La tribuna de Viva Sevilla

Contra el fútbol

Es probable que el fútbol y el deporte, la marca Olimpiadas, sean la locomotora más eficaz, más rápida de generar un aparente crecimiento económico. De hecho ha ocurrido en otros países, incluido España.

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La memoria de uno es reducida, mínima, incapaz de retener gran parte de los datos que almacenamos en el cerebro. Y algo que no se recuerda, en realidad, no existe. No debe sorprendernos, el ser humano tiende a los excesos, somos pocos económicos, quizás porque evolutivamente hablando no dejamos de ser nuevo ricos. Esta digresión, que espero sepan disculpar, me ha llegado cuando iba a afirmar por escrito que no recordaba una contestación al  fútbol tan importante como la que se ha vivido, en las últimas semanas, en Brasil. Por cierto, uno de los templos del más popular de los dioses laicos.
"Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos", afirmó Borges alguna vez. Más tarde se animó y no dudó en lanzarse a la yugular de los aficionados: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular". El genial escritor argentino, que se crecía en la adversidad, no descansó hasta  que soltó la última perla al respecto: “El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra”, una peculiar forma de entender la guerra de las Malvinas. Lo demostró dando una conferencia a la misma hora que Argentina ganaba la Copa del Mundo de 1978. Naturalmente, no asistió nadie 
Borges no ha estado sólo en esta objeción literaria contra el balompié, George Orwell, el escritor británico que nunca pudo imaginar que una de sus grandes obras serviría de pretexto para un “reality show” televisivo, tampoco se cortó, para él el fútbol era “patadas en las tibias en medio del rugido de espectadores”. Rudyard Kipling, autor del mítico “Libro de la selva” también afiló los cuchillos de la ironía contra este deporte hablando de “las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan".
El que abajo suscribe, expresión que se está perdiendo quizás porque en los correos electrónicos la firma va fuera, ni entra ni sale en la cuestión. En todo caso, se ha preocupado de poner bien las comillas para que cada uno aguante la vela de sus palabras. Cierto es que mucho ha cambiado el fútbol desde los tiempos de Kipling, Orwell, incluso de Borges. Marrakech, por ejemplo, está plagada de antenas parabólicas, de camisetas de Messi y Cristiano Ronaldo. Allí, cerca de la Koutoubia, la torre hermana de la Giralda, un derbi  Madrid-Barcelona se vive casi con la misma pasión que en Chamberi o junto a la fuente de Canaletas. Cierto es que el fútbol genera una actividad económica no desdeñable para los tiempos que corren. Cierto es también que no hay guionista de televisión, ni de Hollywood, ni de Bollywood, capaz de idear un programa, una película, capaz de “contraprogramar” el penalti que lanzó Jesús Navas.  
Las protestas de Brasil, pidiendo una redistribución más justa de las inversiones públicas en un país emergente, debe hacernos reflexionar a todos. A un cantautor de los años setenta le escuché una canción protesta incitando al oyente a que escuchara la novena sinfonía de Beethoven con el estómago vacío. Es difícil encontrar la belleza cuando en las entrañas ruge, muerde, el hambre. No recuerdo si era Raimon, quizás Ovidi Montllort, o tal vez ninguno de los dos. La memoria de uno es reducida, mínima. Y el desconocimiento de las macro y micropolíticas a aplicar en un país en crecimiento, mayúsculo. Es probable que el fútbol y el deporte, la marca Olimpiadas, sean la locomotora más eficaz, más rápida de generar un aparente crecimiento económico.  De hecho ha ocurrido en otros países, incluido España. Pero uno no puede dejar de pensar en el día después, ya lo hemos visto, los estadios olímpicos vacíos, las ilusiones marchitas como el tango y el perro de la deuda ladrando en las narices de un país otra vez empobrecido. Sea como sea, uno no recuerda, ni ha visto, tanta gente manifestándose en contra de un Campeonato de fútbol. Con las cosas del comer no se juega. Ni siquiera a fútbol.

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