Magnífico cruce de caminos
La noche salió redonda en cuanto a la disposición previa del elenco de conjugar el flamenco con otros ritmos. El espectáculo mereció la pena por los verosímiles ?y muy bien conseguidos? diálogos de culturas musicales.
La ocasión fue ideal para el acercamiento entre culturas musicales, el diálogo estrecho que se establece entre soniquetes variopintos.
A veces esto no ha sido bien conseguido por otros artistas que se introdujeron en estos vericuetos.
El caso del maestro Gerardo Núñez es diferente por la sencilla razón de que no pretendía hacer apología de una transformación del panorama ya preexistente, sino que aprovechó el caudal de músicas para sentarlas en franca y amistosa tertulia bajo la luz del escenario.
El inicio de Ensemble fue el número más largo de la noche, con un prolongado tema en el que los ritmos latinos, pero cómo no, acentos similares al jazz, sin olvidar la omnipotencia de la base rítmica flamenca, hicieron a algunos asistentes darse una pataíta con disimulo.
Uno de los factores que, desde el principio, contribuyeron a hacer importante esta obra, se debe a la bella factura interpretativa de los músicos, con Perico Sambeat al saxo, Mariano Díaz –gran piano en el número inicial–, Marc Miralta a la batería, Pablo Martín al contrabajo, Cepillo a la percusión, Manuel Valencia a la guitarra, Carmen Cortés al baile, etc.
Al principio daba la sensación, pese a la bonita apertura, que el exceso de tiempo no sería beneficioso para el cuado a menos que se cambiara de registro pronto.
Así fue, pasando de la viveza molto allegro del prólogo a la cadencia más pastueña de la soleá por bulería que siguió después.
Surge como por encanto la figura misteriosa de Carmen Cortés, una bailaora de mucho enraizamiento, de estética adusta y firme, con un porte maravilloso... y bailó en clave jonda, hundiendo sus pensamientos, probablemente, en las simas del carácter humano, de donde se pueden extraer valiosas lecciones para el desarrollo de una danza flamenca cabal.
El comentario de los músicos no queda limitado a lo expuesto en el segundo párrafo, pues debe tener ahora una profundización en la justa medida de sus méritos, ya que uno de los números de más bella factura lo protagonizaron, al alimón, el contrabajista Pablo Martín y el percusionista Cepillo.
El primero pulsando las gordas cuerdas del contrabajo, el segundo haciendo compás en el propio instrumento, crearon algo que, a priori, puede parecer sencillo, pero cuán difícil de ejecutar sin perder el compás y la gracia.
Al público le gustó mucho este detalle, que enaltece y potencia la faceta creativa y conceptual del protagonista del elenco, Gerardo Núñez, ya que, en última instancia, es él quien da el plácet o, en su defecto, la revocación para que se introduzca alguna novedad como la presenciada anoche del toque del contrabajo haciéndose sobre el mismo la percusión.
Más tarde, cuando el recital consumía minutos y el final, aunque aún lejos, ya comenzaba a intuirse, Gerardo tomó su guitarra e hizo temas de la década de los ochenta que tanto gustaron al respetable.
Especialmente brillante estuvo el artista ejecutando una técnica instrumental que se conoce como pizzicato, que consiste en tapar con la palma de la mano derecha las cuerdas y pulsarlas de manera que el efecto sea análogo al de un bajo.
Y el Ensemble llegó así a la finalización para solaz de unos espectadores siempre agradecidos ante las propuestas de Gerardo Núñez, ancestrales y novedosas al mismo tiempo.
Verosímil cruce de caminos que sentó en un tablao expresiones que confraternizaron sin que se perdiera la jondura ni un ápice.
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