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De incógnito

Puro teatro

Empiezan los escenarios de la ciudad a llenarse de obras, orquestas y buena música, y resulta que el teatro se ha trasladado al despacho de la jueza Alaya

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Empiezan los escenarios de la ciudad a llenarse de obras muy recomendables, a volver a sonar a buena orquesta, a animar y hacer disfrutar de la buena música, y resulta que el teatro se ha trasladado al despacho de la jueza Alaya. No me extraña en absoluto, por el caso en sí y todo lo que lo rodea, una tragicomedia de la que estoy deseando conocer el final, y por la propia magistrada, porque no es la primera vez que los letrados se quejan de cómo su señoría trata a los propios abogados, a los imputados y cómo lleva sus particulares interrogatorios. Una pena que no sean públicos, reconozco que disfrutaría viendo los gestos y expresiones de más de uno y las reacciones de la jueza, porque si sus autos son a veces incisivos hasta el punto de rozar la ofensa, en directo debe multiplicarse. Claro que no me gustaría estar en el pellejo de más de uno que ha sudado de lo lindo mientras le interrogaba.

Pero viene a cuento mi reflexión no por el hecho de que una le diga al otro que está haciendo teatro, algo, por otro lado, que está de sobra cuando cada uno de los protagonistas está interpretando el papel que le corresponde, sino por la negativa de la jueza Alaya a grabar los interrogatorios. No entiendo eso que dice de que “aumentaría la expectación mediática, al poder disponer los medios de comunicación de la grabación de la declaración” y menos aún cuando sus propios autos han dado más juego periodístico -y seudoperiodístico- que las propias pruebas que se han ido filtrando o haciendo públicas. El mensajero vuelve a ser el problema, por lo visto, y la crítica, como ocurre con los malos actores, parece ser que es lo que más se teme.

Dejando al margen que pueda ser una estrategia de la defensa o de la propia magistrada, negarse en redondo a grabar las comparecencias denota un cierto miedo a la revisión, a la relectura de las declaraciones, a interpretar los matices. No puede ser interpretada igual una contestación sin interrupciones que otra en la que a duras penas se pueden hilar cuatro frases seguidas. Igual que no es lo mismo entrevistar a un personaje que hacer que el personaje diga lo que el periodista quiera. Que también ocurre.

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