Cuando el inolvidable escritor gallego Wenceslao Fernández Flórez, un humorista sólo comparable a Chesterton, escribía sus crónicas parlamentarias en ABC, las titulaba genéricamente “Acotaciones de un oyente”. Hoy día, en que los medios audiovisuales han progresado de forma increíble, un humilde comentarista cual es mi caso se va a permitir parafrasear al genial maestro cambiando la cualificación del espectador. Y es que, pacientemente, he pasado unas horas ante la pequeña pantalla contemplando el debate sobre el Estado de la Nación. El tal debate es el acto parlamentario más trascendente de cada año, y en éste lo es más por las peculiares condiciones que lo enmarcan: unas próximas elecciones europeas (que para el PSOE son ancla de salvación tras sus descalabros electorales) y una crisis económico-social sobredimensionada.
De antemano, podía preverse el contenido del mensaje de la mayoría de los contendientes en liza, en particular del presidente del gobierno y del líder de la oposición: aquél sería optimista, contemplando un horizonte de esperanza, y su contradictor derrotista, de ominoso porvenir. El pronóstico se cumplió, pero con algunos matices y sorpresas. Mariano Rajoy centró en la economía la gran mayor parte de su discurso, y en este contexto sorprendió con una medida de aplicación inmediata: para favorecer la contratación indefinida, una tarifa plana de 100 euros durante los dos primeros años en la cotización a la Seguridad Social. Tan inesperado fue el anuncio, que D. Alfredo se mostró incapaz para argumentar en su contra. Otro mensaje de impacto fue la promesa de reducir el IRPF de modo que en 2015 quedarán exentos de pago los mileuristas, más de 10 millones de contribuyentes. En sus réplicas a Rubalcaba, Rajoy recordó los tres millones y pico de parados de la segunda legislatura de Zapatero y los 70.000 millones que dejaron de ingresar las arcas públicas. Se mostró firme en su negativa a autorizar el referéndum en Cataluña y exaltó cumplidamente las bondades de una España unida.
El secretario general del PSOE destacó por su extremada beligerancia. A tal punto, que el propio Rajoy, en su turno de réplica, le preguntó si le había ocurrido algo esa tarde. D. Alfredo desplegó un mitin en toda regla, abusó de la demagogia, motejando gravemente a la derecha de régimen antidemocrático. Pronosticó que iremos cada vez a peor, comprometiéndose a abolir todas las leyes aprobadas por el actual gobierno por perversas. Exigió la retirada de la ley del aborto que, según su criterio, acaba con la emancipación de la mujer. Su acusación a Rajoy de mentiroso provocó la indignación de éste, que se dio por vencido diciéndole que “en este terreno me considero muy inferior a usted”. Pese a todo, es posible que el cántabro acertara pensando en lo que la cúpula del partido le demandaba.
En conclusión: si Rajoy acaso se mostró alentador en exceso, no cabe duda de que Rubalcaba pecó de catastrofista cuasi-apocalíptico. Espero que el primero y no el segundo sea el profeta más certero. Por el bien de España.