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Empobrecidos

Seguro que usted amable lector, al leer el título de este artículo de opinión habrá pensado instintivamente en la crisis que atravesamos y en el consiguiente empobrecimiento económico de la sociedad en la que vivimos...

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Seguro que usted amable lector, al leer el título de este artículo de opinión habrá pensado instintivamente en la crisis que atravesamos y en el consiguiente empobrecimiento económico de la sociedad en la que vivimos. Y estará usted en lo cierto a medias. Es verdad que las crisis económicas conducen al inexorable empobrecimiento de la mayoría de la población, es decir, de las clases trabajadoras y medias, pero si observamos atentamente, el deterioro económico se produce con más virulencia en la población con menos nivel cultural. Y viceversa, a menor nivel cultural, más pobreza.

Según la Real Academia, Cultura es el “conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” de lo que se deduce que a menor cantidad de conocimientos, menor capacidad de juicio crítico.
Habría que preguntarse pues si esta situación económica que vivimos no está causada por algunos poderes interesados en aprovecharse del brutal bajón cultural que padece la sociedad global en general, la occidental en especial y la española en particular, lo cual no deja de ser una paradoja en una época en la que se ha producido el espectacular desarrollo que los medios de comunicación han tenido en un brevísimo espacio de tiempo.
Pero la prensa escrita, la radio, la televisión o internet no dejan de ser meros instrumentos, herramientas, en manos de lo que acertadamente se ha dado en llamar creadores de opinión, un eufemismo que en realidad quiere decir manipuladores de masas, grandes empresas en manos de multimillonarios que nos informan, nos desinforman o nos engañan directamente, según requiera cada momento. Así pues, lo que en realidad ha crecido de forma exponencial en las últimas décadas ha sido la facilidad para tener acceso a la información y a la cultura, a una información que normalmente va enfocada a satisfacer los intereses propios de los que la producen en forma de publicidad (engañosa casi siempre) para que la población consuma sin parar y se mantenga ocupada sin molestar a los poderes económicos, esos gigantes con pies de barro que ya sea en forma de campañas electorales, estrenos de cine, anuncios de móviles, canciones de moda, campeonatos de fútbol, entre otros, inducen a todos a que nos comportemos dócilmente cual tiernos corderitos y vayamos siempre por la senda que ellos nos marcan.

Las estadísticas, ese gran invento que los políticos utilizan convenientemente para ensalzar sus políticas o demoler las del adversario, nos dicen que en España el consumo de cultura no ha dejado de crecer en los últimos años. La gente compra más libros, ve más películas, lee más periódicos, escucha más música, va a más conciertos, obras de teatro y musicales. Pero las estadísticas son meros números y me da a mí que la Cultura, la verdadera Cultura, no es cuantificable en cifras. Habría que ver cuántos de esos libros que se han comprado, cuántas de esas películas o cuántos de esos conciertos son realmente dignos de incluirse entre las obras culturales, ¿o es que podemos meter en el mismo saco a Jaime Peñafiel y a Gabriel G. Márquez, a Santiago Segura y a Buñuel, a los Mojinos Escozíos y a Daniel Barenboim…?

Lo que antes era una subcultura marginal propia de ghettos y arrabales se ha ido extendiendo como una imparable mancha de chapapote. Y todo este empobrecimiento atroz, instalado en el modus vivendi del paro, el subempleo o la ilegalidad es el caldo de cultivo, o sea la cultura en ciernes, que se nos acabará por imponer.
El acceso al conocimiento, verdadera herramienta para salir adelante en la carrera de ratas que es la vida en el siglo XXI, nunca ha sido tan asequible como hoy día pero incluso eso hay que ponerlo en manos de las generaciones más jóvenes con una capacidad de juicio crítico o, lo que es lo mismo, con una preparación previa de las generaciones adultas que pocas veces es la adecuada. Por lo tanto, nos enfrentamos a un problema que ha saltado de generación en generación y va empeorando, empobreciéndonos culturalmente, en una especie de involución que, en el 150 aniversario del nacimiento de Darwin, bien podría denominarse “la involución de la especie”.

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