Lo serios que mutuamente se escupen denuestos desde públicas tribunas (mítines, medios de comunicación y parlamento), con lo bien que se llevan en la vida real. Lo fácil que resulta acusar al “otro” de lo mismo que hizo el “uno” cuando ocupaba el mismo puesto. Tan fácil como culpar de la propia ineptitud a “la herencia recibida”. Necesitan invariablemente esa dialéctica para seguir vendiendo el humo producido por ambos cuando están en el poder. Lo necesitan, también, para mantener la alternancia y hacer creer a la mayoría que sólo hay dos opciones; sólo y nada más que dos y así cortar el paso a otros, que podrían romper la cómoda situación de mutuo acuerdo mantenida para mantenerse alternativamente en el poder.
Aferrándose a una supuesta diferencia absolutamente ilusiva certifican la muerte de las ideologías tal como fueron concebidas y todavía se las identifica. Sin embargo hoy las diferencias, cuando existen fuera de la dialéctica, son meramente formales; no así las similitudes, de una profundidad capaz de asustar al más osado. Cuando el liberalismo, que siglos atrás fue sinónimo de progreso, ha dado paso al capitalismo monopolista, cuando la reacción se torna ligeramente social, para atraerse al electorado; cuando ni uno ni otro controlan realmente el poder, sino son controlados, obedecen a fuerzas internas y externas cuya superior autoridad reconocen y sirven; cuando tanto uno como otro prefieren dominar el poder judicial y aprobar leyes con que librarse de las anteriormente dictadas para la mayoría, no puede hablarse de ideologías. Cuando la Administración se auto-atribuye la potestad de castigar a quien no tiene dinero, después de condenarlo al paro y de permitirse embargar cuentas, aunque con ello impida el pago de la hipoteca, el pan, la luz, o el alquiler; o se ponen condiciones inalcanzables para ocupar una vivienda; o se permiten listas con manejo de datos ajenos, sin la mínima garantía ni, menos aún, seguridad jurídica, dónde el único no informado es el sujeto listado, hace falta una dureza facial inusitada para auto-denominarse “progresista”. Hoy de los políticos, tan sólo cabría esperar la prestación de un servicio, atención condicionada al binomio “inteligencia y honradez” que pudieran aportar -si pudieran- el político, técnico ó enchufado de turno.
Hoy, más que nunca, hay que aprender y enseñar a pensar, para rechazar, racionalmente, declaraciones electoreras y mentiras perseverantes. Con la ignorancia, fruto de la desinformación, crece la estulticia, tierra abonada para sembradores de simulación. Nuestra ignorancia es el arma de los políticos ineficaces; la desinformación mina el discernimiento, sin el que el votante seguirá apoyando un sistema caduco, nefasto, dilapidador incapaz de aportarle un servicio digno. Por eso es más inquietante el dato: la venta global de periódicos en Sevilla, es hoy inferior a la de ABC de hace algunos años. Pero no es sólo Sevilla. A nivel de Andalucía y a nivel estatal, las cifras guardan muy estrecha relación. Y en esto, Internet o la falta de tiempo disponible, no pasan de excusa: ni el uno tiene tantos lectores ni la otra es tan evidente.