Desde un balcón que evidencia claramente el paso de los años, asoma su mirada con esos ojos que han contemplado durante más de ochenta primaveras el procesionar de la Semana Santa. Ésta puede que sea su última estación de penitencia en la vida. La enfermedad de los achaques de la edad casi que le están indicando el camino hacia su Getsemaní particular.
Desde la ventana, con ese rostro de las arrugas del sufrimiento, con esas manos que apenas pueden sostener los dos rosarios que penden de ellas, María reza una de sus oraciones finales ante ese Jesús al que ella acompañó durante tantos años de promesas.
Incluso cuando el peso de los males podía más que la voluntad, ella hizo su último esfuerzo para seguir la Carrera Oficial de la Gloria de su Cristo, de aquel que cada noche le hacia compañía en la cabecera de su cama.
Ahora sólo podía, y a duras penas, dar unos pequeños pasos con su cruz de vida hacia la ventana para admirar una vez más el milagro de la Creencia. Unos niños, símbolo de futuro, miraban embargados aquella imagen. En su oración empezó a pedir por un mañana mucho mejor para los que se quedasen en esta aventura.
El paso avanzaba con tronío por aquella calle tan estrecha por la que tantas veces había paseado: de niña, con su primer y único novio, junto a sus hijas, llevada por sus nietos... Jesús se marchaba y una vela quedaba apagada.
La Noche de Jesús la tiene que pasar en cama soñando con ese Nazareno al que iba a ver de madrugada. Su salud se iba consumiendo mientras que el Santo Crucifijo le acompañaba en su camino en silencio hacia ese Calvario momentáneo que acabaría en unas horas con la llegada de otra luz, tal vez de otra Esperanza.
El Cristo de la Expiración se prepara para salir como cada tarde reina del Viernes Santo. Entre las nubes apareció, para no faltar a esa tradición casi mágica, el sol.
María Santísima del Valle, coronada, derramaba una lágrima más. María se había mudado de barrio dando su última chicotá para situarse a esas puertas del cielo desde el que también seguirá esta Semana Santa, y a su Oración en el Huerto, el querido Manolito Mesa.
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