En estos tiempos que corren, donde la prisa y la cultura del egoísmo campean por sus anchas, y especialmente en el delicado momento que nos toca vivir...
En estos tiempos que corren, donde la prisa y la cultura del egoísmo campean por sus anchas, y especialmente en el delicado momento que nos toca vivir (recesión económica, paro y desgracias familiares) al Gobierno –sin que sea una demanda social evidente, y creo que tampoco contenido de su programa electoral– se le ha ocurrido reformar ahora la legislación en materia de abortos.
No entiendo de ciencia, y por mi condición de varón jamás ni imaginaré lo que pasa por la cabeza de una mujer que sabiéndose creadora y refugio de un ser humano es capaz de arrojarlo de sus entrañas con excusas absurdas e incomprensibles, máxime cuando todo el mundo conoce de experiencias cercanas de nasciturus que se malogran naturalmente, dejando sumidos a sus padres en un fuerte golpe emocional.
Como decía el otro, está la vida mu má repartía. Si quieren conocer el valor de un hijo que no llega por métodos naturales o siquiera con ayuda médica, les propongo un paseo por una clínica de reproducción asistida o recapitulen el sufrimiento y desesperación de quienes desean fervientemente un hijo y no pueden traerlos al mundo. Siempre he dicho que una de las instituciones jurídicas que más admiro de nuestra herencia romana es sin duda la adopción. Miren a su alrededor y verán cómo tantos niños ucranianos, rusos y orientales, pueblan esta nuestra Andalucía para alegría de padres que han sido capaces de reinventar una paternidad o una maternidad con la ayuda de la adopción internacional.
Y no digo que sea cuestión fácil, porque cuando se tratan asuntos de tipo moral o ético la cosa se complica. Pero sinceramente, abrir la mano del aborto tal y como se plantea en el proyecto ley, dice muy bien poco del camino al que como seres humanos nos dirigimos. Por eso entresaco algunas reflexiones del Manifiesto de Madrid, un alegato de científicos, sanitarios y representantes de reconocido prestigio de diversas áreas de las Humanidades “en defensa de la vida humana en su etapa inicial, embrionaria y fetal”. Reclaman una correcta interpretación científica del asunto, señalando que existe “sobrada evidencia científica de que la vida comienza en el momento de la fecundación”, “momento en que se constituye la identidad genética singular”. Es “preciso que la mujer a quien se proponga abortar adopte libremente su decisión, tras un conocimiento informado y preciso del procedimiento y las consecuencias”. “El aborto es un drama con dos víctimas: una muerte y la otra sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable”, por eso es “preciso que las mujeres que decidan abortar conozcan las secuelas psicológicas de tal acto y en particular del cuadro psicopatológico conocido como el Síndrome Postaborto (cuadro depresivo, sentimiento de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones de conducta, pérdida de autoestima, etc.)”. “El aborto es además una tragedia para la sociedad. Una sociedad indiferente a la matanza de cerca de 120.000 bebés al año es una sociedad fracasada y enferma”. “Lejos de suponer la conquista de un derecho para la mujer, una Ley del aborto sin limitaciones fijaría a la mujer como la única responsable de un acto violento contra la vida de su propio hijo”. “El aborto es especialmente duro para una joven de 16-17 años, a quien se pretende privar de la presencia, del consejo y del apoyo de sus padres para tomar la decisión de seguir con el embarazo o abortar. Obligar a una joven a decidir sola a tan temprana edad es una irresponsabilidad y una forma clara de violencia contra la mujer”.
Y por medio con la sombra de la sospecha de intereses económicos de clínicas privadas que realizan los abortos. No sigo… pero juzguen ustedes mismos.