Ya he perdido la cuenta de los años que llevo reclamando una biblioteca que encarne todo lo que una biblioteca debe ser en el siglo XXI, es decir, un lugar de encuentro: plaza pública: referente cultural donde la ciudadanía pueda aproximarse sobre todo para leer, ni que decir tiene, aunque también por el simple gusto de aspirar el aroma cálido del papel dormido en los estantes.
Perdida ya toda esperanza, es justo ahora que las elecciones andan al caer, cuando la primera alcaldesa va y anuncia que se dispone a construir una nueva biblioteca en el único espacio que quedaba libre en el Fuerte. No duda en calificarla de comarcal, tal vez para tapar las vergüenzas de don Elías Bendodo, que vuelve en su auxilio tirando de los dineros de la Diputación Provincial.
Y como habían prometido tanto y habían largado que no veas y ahora, a la vista del proyecto, acaban asomando con tan poco, pues hay que tirar de Esopo y recordar la fabulilla del parto de los montes, ya sabes: después de tanto escándalo parieron un ratón. Un ratón de biblioteca en nuestro caso, pero ratoncillo al fin. O sea que se van a pulir un millón de euros en un algo, qué sé yo, cómo llamarlo, que nace viciado, de difícil acceso y que no tardará en convertirse en otra osamenta más de hierros y ladrillos haciendo juego con los pecios del Mueble Rondeño —¡dale!— y con eso que algunos suponen Observatorio Astronómico. Aquí no acabamos nada y lo empezamos todo.
Usted dirá que yo soy un gilipollas trasnochado por pedir libros en vez de vino o por exigir que se rinda homenaje a los trabajadores de la biblioteca antes que a comeollas y mindundis —y es verdad—, pero es tal mi pena cuando veo el estado deplorable, la cicatería con que se reponen los libros deteriorados o la miseria en la adquisición de novedades, que me niego a callar y digo que el abandono de la biblioteca no es más que un reflejo del poco respeto que nuestros gobernantes le tienen al pueblo. Y sufro más aún cuando comparo nuestra biblioteca afgana con el gasto en horteradas como el rollo del skate, la petanca, el ferial —¡arsa, ole, viva Cái y toa la tribu de Alí Babá!— o el circuitillo donde algunos corren coches teledirigidos. Nada tengo en su contra. Lo que sucede es que hay prioridades, y bastan dos neuronas para entender que antes de todas esas pijerías debió hacerse lo posible y hasta lo imposible por alcanzar una Biblioteca con mayúsculas.
De modo que nos queda como un año para las elecciones y ha vuelto el frenesí estúpido y pueblerino de "hacer cosas". Entre esas “cosas” está pendiente la biblioteca nueva que el PP llevaba en programa, y hete aquí que ya se dispone a levantar un nuevo mamotreto que saben de sobra que nace muerto. Pero no importa: aquí lo único que peta es que el rótulo de purpurinas y oropeles salga en la foto, pues el contenido, el Libro, es lo de menos.
Tantos años llorando biblioteca y ahora digo no. Pero mi negativa no es caprichosa. Primero está el lugar elegido. Junto a la vía del tren, en una zona que queda en posición totalmente excéntrica y a espaldas de la ciudad, lo cual limita un uso racional de los recursos. Si a esto añadimos que en el mismo lote va la estación de autobuses, pues qué quiere usted que diga…
Racanería y bulla. Prisas alocadas…, prisioneras las mesnadas peperas de su inclinación por lo efímero, no pensaron que con los dineros que tiran por las cañerías podrían haber acondicionado la Casa del Jalifa o la del Gigante para uso bibliotecario: demasiado para quienes necesitaron tres años en dar con la genialidad del parque canino. Nada de recuperar patrimonio, nada de casar la belleza de los edificios históricos con el uso moderno de sus espacios: más ladrillo, obra nueva y para más inri ejecutada por una empresa foránea que según la alcaldesa se ha comprometido —¿por escrito?— a contratar trabajadores rondeños. Y yo voy y me lo creo... Un ratón, eso es todo.