La artista ayamontina Virginia Saldaña muestra estos días parte de su obra en su casa-estudio de la propia autora, ubicada en la zona más alta del típico barrio ayamontino de La Villa.
Saldaña ha querido por un lado complacer a su madre y por otro hacer una muestra trabajosa pero muy original. Y es que desde hace algunos años Manuela, su madre, ha tenido entre ceja y ceja ver la obra de ‘la niña’ expuesta entre las paredes blancas de su azotea con sus magníficas vistas al río Guadiana y a la blancura de su pueblo, amén de compartirla con esa ciudad de estrellas situada un poco más arriba.
Con la caída de la tarde se abren las puertas de la casa-estudio y uno puede ir observando las obras que recuerdan otras exposiciones, colgadas en la frescura del patio o en los espacios amplios de la azotea. Cuadros de paisajes que hacen confundir la realidad con el óleo o la imaginación con el entorno. Y al lado, frente o por los patios inferiores, esas figuras humanas reposando en el silencio y que se muestran como la nueva propuesta de Virginia. Es quizás como una vuelta al pasado, la figura, pero ahora con mucho más color, más luminosidad, más figura si cabe.
En ‘Al descubierto’, como la artista ha titulado la exposición, los cuerpos se lucen y se muestran tal cual en busca de la luna de agosto. Pero también alguno de sus trabajos, los de mayor volumen, se cobijan dentro del estudio, reposando de otras cuestiones y abiertos a las nuevas miradas.
Esta nueva propuesta de Virginia Saldaña como ella misma subraya “es un retorno a la simplicidad natural de los placeres sencillos y una invitación al espectador a redescubrir la belleza oculta bajo el manto de lo cotidiano”. Una oportunidad para acercarse a esta sala trabajada especialmente por su familia, para colgar de las paredes y el viento, lo de ayer y lo de hoy, en esta nueva versión de la pintora ayamontina de La Villa, Virginia Saldaña.
Hasta el 23 de agosto y tan solo a la caída de la tarde, el espectador puede ser visitante de honor de una muestra que camina a paso lento por las azoteas de las casas blancas que parecen colgar de un barranco.