Dice Rajoy, seguramente por decir algo, que Zapatero no ha elegido a los mejores para su nuevo gobierno. Dejando a un lado que a Rajoy no le parecería bueno ningún ministro que no perteneciera al PP, cabe decir que, en efecto, el presidente no ha elegido a las personas que mejor desempeñarían las carteras de Educación, de Fomento, de Economía o de Cultura, pues no las ha buscado en la vida civil ni entre el conjunto de la ciudadanía, sino en su partido, de modo que, como mucho, habría nombrado a aquellos amigos o correligionarios que supone mejor pueden defenderse, y defenderle, en esas áreas de la Administración.
A ningún partido le interesa lo más mínimo ponerse a buscar a los mejores, esto es, a aquellos que por su talento, su especialidad, su biografía y su dedicación se hallan en condiciones de laborar, con fundadas expectativas de éxito, por el bien común. Un partido, en España, es una empresa, una empresa de servicios si se quiere, una contrata que labora principalmente en su beneficio, bien que para seguir obteniéndolo necesita contentar a eso que se ha dado en llamar el electorado.
Así, cuando un partido forma gobierno, lo que hace es colocar a sus cuadros, y no a los mejores en Educación, en Fomento, en Cultura o en Economía, que suelen no pertenecer a partido ninguno y viven de, por y para su trabajo. Casos como el de Elena Salgado, que lo mismo sirve, según Zapatero, para Sanidad, que para Administraciones Territoriales, que para Economía, son, aunque alucinantes, corrientes, pues la dedicación “profesional” a la política, que en sí misma es una aberración por cuanto instituye una casta dirigente alejada de la realidad, requiere e impone esa flexibilidad y ese eclecticismo en el empleo.