Cada vez observamos en el callejear por las calles y plazas de nuestra ciudad la presencia de menos gorriones. Pegadizas y tradicionales avecillas que, ahora en la primavera, en la época de celo, se multiplicaban, y se adelantaban a nuestros pasos entre veladores y acondicionados jardines. También la crisis ha llegado a los gorriones, echamos de menos el reloj natural de sus arrullos en los despertares de las siete de la mañana. La ciudad está notando su ausencia, por las calles su presencia sigue siendo notoria, no obstante, a esa hora que hemos apuntado, en mi terraza cuento con un canario timbrado, y cada mañana, cuando despiertan los primeros rayos solares, disfruto con la presencia de una pareja adulta de gorriones, que hacen acto de presencia con sus dos crías para picotear en las losetas algún que otro grano de misturilla que cae de la jaula del canario. Y digo que de la crisis no se escapan los gorriones porque, no hace mucho, personas con cierta sensibilidad a los animales, les dedicaban algún tiempo a estas cercanas avecillas que siempre nos han acompañado, de tal manera que, acudían, hombres y mujeres, ya pasadas de edad, portando sus bolsas de pan duro, y repartiéndolos en migajas por los lugares donde acostumbran a moverse. Hoy día, a esta clase de personas no las vemos en esta humanitaria tarea, quizás porque ahora el pan duro, lo aprovechan por mor de la crisis, para el propio consumo de diferentes formas, o porque, si el pan antes sobraba, ahora no sobra, se compra lo sucinto, no son tiempos de tirar, bastante están tirando desde los altos niveles, y como si tal cosa. Ahora, no vemos la mitad de los bocadillos de los colegiales, esos que les preparan con celo las madres, puesto sobre los quicios de las ventanas y por los suelos, ni tampoco arrojados a los contenedores, porque son rescatados por esas personas impudientes, que van de un lado a otro, rebuscando por todas partes a cualquier hora del día, y en mayor número, para poder subsistir. La presencia de gorriones ha bajado, ya vemos menos en sus alegóricos vuelos que se nos antojaban tan familiares, no lo son tanto, y la verdad que echamos de menos aquellas estampas entrañables de los padres ante la insistente llamada de sus crías, los “volandones” que así solíamos llamar a sus atrevidos vuelos, ávidos de saciar su hambre con sus picos abiertos a la espera de la migaja de pan, o de cualquier tipo de semilla o alimento. Sea como fuere, también los gorriones lo están pasando mal, como las propias gaviotas que las vemos volar por los cielos de la ciudad, y campear por esa gran vergüenza que son los solares del antiguo estadio Colombino, a la búsqueda de alguna alimaña o resto de basura. De cualquier forma, a uno, todavía le queda poder disfrutar de los arrullos de estos pajarillos, a las siete en punto de la mañana.