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Sábado 16/11/2024
 
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El sexo de los libros

Santa Teresa de Jesús: 'El libro de la vida'. Sobre el Infierno.

El dolor físico se halla muy presente en la vivencia infernal de la santa. El sufrimiento abarca el orden orgánico.

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En la imagen: Éxtasis de Santa Teresa (1647-1651), de Bernini (1598-1680), Iglesia de Santa María de la Victoria, Roma.

 

Del insondable abismo interior de Santa Teresa de Jesús (un abismo, por fortuna, escrito con expresión genial por encima de las reglas gramaticales) emerge, trágica y poderosa, su visión del Infierno.

Como dijo el intelectual y polígrafo dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946): “Donde termina la gramática comienza el arte” (La utopía de América, 1925).

La palabra fulminante de la doctora de Ávila sólo ha tenido excepcional continuidad  en la prosa incalculable de la estadounidense Gertrude Stein (1874-1946), también escritora artística y, así mismo, santa a su estilo. No todos los escritores literarios son artistas.

“Estando un día en oración —escribe Teresa— me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno” (Libro de la vida, 1562-1565, cap. XXXII). El hecho ocurre “en brevísimo espacio”. La imagen del reino de las tinieblas que nos da Teresa podría ser incluso comedida y razonable en su contexto ideológico-cultural. Tal vez hay un punto de morbo sadomasoquista normalizado en las conductas ascéticas.

Sigue Teresa en su descripción: “Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él”. Su sencillez narrativa seduce al instante. Y añade: “A el cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí”. 

El dolor físico se halla muy presente en la vivencia infernal de la santa. El sufrimiento abarca el orden orgánico. ¿Qué siente Teresa en la alacena diabólica, aparte de la inevitable claustrofobia? Es un dolor “que no le puede haber, ni se puede entender”. En primer lugar, “un fuego en el alma”, también incomprensible e inexplicable. De inmediato, y en segundo lugar, refiere los dolores del cuerpo, catastróficamente superiores a los muchos y tremendos que había padecido ya en su vida a causa de las enfermedades. A pesar de ello: “no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar”. Surge en ella “un apretamiento, un ahogamiento, una afleción tan sentible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer”.

No le importa repetir palabras ni estructuras oracionales. Su discurso fluye, sin complejos, con absoluta libertad y con el único objetivo de reflejar lo más fielmente posible sus experiencias. Reitera también los pensamientos, los  conceptos, las sensaciones. La intensidad del dolor alcanza un grado inefable: “porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma es poco (...) mas aquí el alma mesma es la que se despedaza”.

Recurre a procedimientos acumulativos, insistiendo en las imágenes y representaciones hacia una vertiente de vigorosa   realidad a la que se va aproximando paso a paso para manifestarla del modo más claro posible. Según Dámaso Chicharro, Santa Teresa “limpia el idioma casi sin querer de la carga retórica del viejo estilo”.   

La crónica teresiana asume, con acusada precisión, las tesis expuestas por Santo Tomás de Aquino en su Brevis summa de fide (caps. CLXXVI-CLXXXIII), sobre los castigos que esperan a los malditos en el Infierno: “los cuerpos de los condenados estarán sujetos al dolor”, ergo “no serán ni sutiles ni impasibles”; “los cuerpos de los condenados aunque pasibles, serán, sin embargo, incorruptibles”; “el castigo de los condenados consiste en los males tanto espirituales como corporales”; y se  especifica: “es necesario observar que la felicidad de las almas justas consistirá en sólo los bienes espirituales”. Esta figuración del castigo eterno en forma de tormento tanto psíquico como físico perduraría a lo largo de los siglos hasta fechas bastante recientes. Hoy apenas se habla de este asunto. Pero en nuestra decepcionante actualidad, el problema radica en que los temas habituales de conversación son infinitamente más estúpidos. Quién sabe las sorpresas y los desmadres que nos aguardan al otro lado. La estrategia preferida del Demonio es convencernos de que no existe.   

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