A horas que uno no está para hablar ni para escuchar (y menos, tonterías), mientras trata de despertarse con un café avellanado oigo sin querer las voces de los vecinos de mesa: “No va uno a poder creer en nada, el Padrenuestro que aprendimos de chicos te lo cambian; si te cambian la religión no podrá uno ni creer en Dios”, decía uno con los mismos aires de Séneca.
En este mes de mayo todo gira en torno a las Primeras Comuniones que celebran muchos infantes cuyos padres sufren ínfulas monárquicas en pleno erial republicano y visten como príncipes a sus pequeños. ¿Quién no está invitado a una de estas fiestas palaciegas?
Es inevitable que los niños suspiren por los regalos que reciben por tan especial ocasión. Muchas veces no son conscientes que el mejor de los regalos es Cristo mismo.
Cuando la gente te dice “este año ha hecho la Primera Comunión (PC) mi hija, menos mal que ya pasó”, es mejor que esa familia sea honrada y no celebre la Primera Comunión de su hija, que sea coherente. La Primera Comunión no es una fiesta más, es un paso importante dentro de la vida de fe de una persona. Si esa familia no vive la fe, que la busque, pero que no celebre la Primera Comunión, que haga otro tipo de fiesta, como se ha dicho, por lo civil. Es hora de que laicos y sacerdotes nos tomemos esto en serio y fomentemos en los demás que no hagan la Primera Comunión si no es por un sentido estrictamente espiritual, que por otra parte, es lo lógico.
Uno de los síntomas de la presencia de Dios (la Primera Comunión –lo digo para quien se haya olvidado– es recibir a Dios) es la paz y la serenidad que te dejan, como una brisa en la mañana. Concuerda esto poco con que la gente se ponga histérica con preparativos, presupuestos de banquetes, invitaciones, alojamientos, viajes, estrenos de ropa. La leche.
Hemos sacado las cosas de quicio y nadie se atreve a hacer nada, ni los padres, ni los catequistas, ni los párrocos, ni los obispos, y se nos ha ido de las manos. No son días de serena visita de Jesucristo, son días de ataques de nervios, que es lo menos parecido a la influencia de su dulce caricia.
A los padres que piden la Primera Comunión para su hijo hay que preguntarles si llevan una vida cristiana. Si es que no la llevan habría que decirles que su hijo sí puede hacer la Primera Co,unión, pero aplazadamente. Primero tienen que formarse tanto el candidato a hacer la Primera Comunión como su familia durante un tiempo. No se les dice que no, tan sólo que presenten las garantías por las cuales la Primera Comunión de su hijo no va a ser algo estéril. No se puede preparar a un niño para su Primera Comunión y dejarle luego tirado como un perrillo callejero.
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