La fiesta de Halloween lleva años siendo la velada perfecta, para algunos, para arremeter contra mobiliario urbano, casas particulares o simplemente para molestar.
Una fiesta, de origen celta, que tradicionalmente conmemoraba el fin de las cosechas en países anglosajones. Y que cómo en España, también hace referencia a los difuntos que se suponía despertaban la noche del 31 de octubre, y que gracias a las velas que se colocaban en las casas podían guiarse hasta conseguir llegar a su destino.
Un destino que hoy por hoy parece ser el de destruir, ensuciar, romper o simplemente hacer ruido.
Muchos jóvenes, y no tan jóvenes, aprovechan la ocasión para reunirse alrededor de un buen alijo de artefactos que les facilite la labor de montarla por las calles de la ciudad.
Y miren que no estoy en contra de que esa noche sea una oportunidad para reunirse, disfrazarse, reírse, disfrutar y pasarlo bien… es más, es una ocasión perfecta para ser niños de nuevo y disfrutar como enanos de una noche de terror y entretenimiento.
Incluso los petardos o fuegos artificiales serían divertidos. Recuerdo que desde hace ya varios años también se utilizan estos artilugios para festejar el año nuevo. La noche del 31 de diciembre se pueden escuchar cientos de fuegos artificiales que anunciar el comienzo de un recién estrenado año.
Por esta misma razón, y a pesar del mal que provoca a los animales, entiendo que en una fiesta como Halloween uno se anime a tirar algún que otro petardito para animar la noche más terrorífica del año.
Ya lo he dicho. Acepto un poco de diversión a través del ruido, a veces bastante desagradable, que provocan los petardos. Pero creo que bajo ningún concepto se debe aceptar que se utilicen huevos o cualquier otro tipo de producto para provocar desperfectos en coches, casas, infraestructuras municipales o personas… ¿en qué mundo vivimos señores?
Como siempre la educación, una vez más, tiene su parte de responsabilidad y de coyuntura. Ojalá todas las instituciones se pusieran de acuerdo para fomentar niños, adolescentes, jóvenes que se formen en buenos hábitos, en prácticas saludables.
Desde casa, pasando por las escuelas, hasta los centros de los que dispone el Ayuntamiento debieran aunarse para proporcionar a las personas ofertas con un objetivo común: educar en valores que creen un mundo