Si hace menos de un siglo había tantas que las daban de comer a los cochinos y hoy son tan escasas que se venden a precio millonario, está claro que, a este ritmo, las angulas van camino directo a la extinción
En ocasiones, nuestra propia desidia e incapacidad para descubrir nuevas fronteras, tanto culinarias como económicas, nos hacen cometer errores de bulto difíciles de subsanar con el tiempo. Este es el caso de las angulas de Trebujena.
Delicioso manjar, para el que haya tenido ocasión de probarlas, que en la vecina localidad se puede disfrutar, aunque cada vez con más dificultad. Esta falta de capacidad para discernir dónde reside la calidad y la exquisitez cobraba todo su sentido cuando hace años su pesca era muy abundante, y ante el desconocimiento de sus posibilidades gastronómicas, eran dadas como pienso para los cerdos. Es una evidencia de que cada vez hay menos angulas en el río Guadalquivir.
Los motivos, aunque bien conocidos, no sirven ya de excusas a estas alturas. Por supuesto la contaminación del río, que cada vez es más preocupante, es el factor fundamental, y es que todavía no somos realmente conscientes de la importancia y la relación que guardan la ecología y el buen comer. Pero además existen otras causas.
Lo sorprendente del negocio de la angula auténtica es que su pesca, aunque no está prohibida, se desarrolla desde hace generaciones al margen de la ley y sin ningún control administrativo: los barquitos no tienen matrícula ni licencia alguna y el beneficio es un chorro de dinero negro, porque casi ningún pescador lo declara a Hacienda, si bien ellos mismos empiezan a reivindicar a la Administración que regule la actividad y los legalice, conscientes de que la gallina de los huevos de oro pone menos huevos.
Cada vez hay menos angulas en este paisaje ancestral de las marismas hecho de cielo, agua, cañas y barro, y que inspiró al mismísimo Steven Spielberg. Dicen los pescadores que la pérdida se debe más a los pesticidas que se usan en los campos de arroz y los vertidos de las minas que a las capturas, que también. Pero, mientras no se agoten, los riacheros seguirán echando las redes contra la corriente dos veces al día, cuando la marea empieza a subir desde el Atlántico.
Si hace menos de un siglo había tantas que las daban de comer a los cochinos y hoy son tan escasas que se venden a precio millonario, está claro que, al menos aquí, a este ritmo, las angulas van camino directo a la extinción. Mientras llega su trágico final, todavía hay posibilidad de comerlas en Trebujena en sitios tan castizos como el Litri, a unos 40 euros la cazuela de 100 gramos. Y a riesgo de parecer pretencioso, ¿quién no se pega un homenaje de vez en cuando? La semana que viene más...