El pasado sábado, 30 de mayo, entre las 13.30 y las 14.00 horas, el alma en pena de Napoleón I Bonaparte, encarnada en el cuerpo de un hombre de unos cincuenta años, bien vestido y cubierto con sombrero borsalino, atracó, pistola en mano, la superlujosa joyería Chopard, situada en el número 1 de la Plaza Vendôme de París. La operación duró, exactamente, dos minutos, consiguiendo el asaltante un botín de entre 6 y 10 millones de euros en alhajas: doce piezas de las que estaban en las vitrinas del establecimiento. El asombroso hallazgo del aspecto paranormal de este asunto se debe a la famosísima vidente Madame Fortuné-Renvier, de noventa y cuatro tacos de almanaque, vecina de Ivry-sur-Seine (Val de Marne), cuyas señas concretas omitimos por razones de seguridad.
La casa joyera víctima del robo fue fundada en 1860, como manufactura de relojería de alta precisión, en la localidad suiza de Sonviliers (Jura) por Louis-Ulysse Chopard. Desde hace una década, esta empresa confecciona la Palma de Oro del Festival de Cannes y cuenta entre sus clientes a multimillonarios, aristócratas, estrellas cinematográficas, etc. Pero lo que buscaba el espectro materializado del emperador francés era un objeto muy especial.
El 15 de julio de 1815, Napoleón es desterrado por los ingleses a la isla de Santa Helena. Bonaparte está ya muy enfermo. Padece del estómago. Se habla de cáncer. Es seguro que lo había. Tras el análisis practicado a unos restos de cabellos conservados en un sobre, se ha hablado de envenenamiento por arsénico. ¿Tal vez suicidio? Las especulaciones se disparan. Como la artúrica, la materia napoleónica siempre está en candelero. El personaje continúa seduciendo, ya sea para ensalzarlo o para lo contrario. Interesan, sobre todo, los misterios que rodean a aquel que fuera conocido como el Águila de Ajaccio, cuya muerte acontece el 5 de mayo de 1821, a las 17 horas y 49 minutos. En la autopsia están presentes el doctor Antommarchi (también corso, su médico particular) y varios cirujanos de la Royal Navy. Intervienen los facultativos británicos Arnott, Short, Mitchell y Walter Henry. Había más gente. Miren los libros de historia. Estaba, naturalmente, el Diablo.
Por falta de espacio, no es posible entrar en todos los detalles del dictamen final de la exploración forense. E. Rosseau hizo un pormenorizado estudio del mismo (Le Corps et la Destinée de Napoleón, 1972) en el que llama la atención la coincidencia de los clínicos en resaltar el aspecto feminoide de la anatomía del ilustre cadáver (“el pubis parecía un monte de Venus”) y el ridículo tamaño tanto del pene como de los testículos. El doctor Henry escribió: partes viriles exiguitatis insignis, sicut pueri. El eminente investigador Robert E. Greenblat sostuvo hace bastantes años que Napoleón sufría un síndrome de Zollinger-Ellison, tumoración que provoca un grave trastorno endocrino con producción errónea de hormonas sexuales, lo que estaba desencadenando un proceso de transexuación en su organismo. Bonaparte se estaba transformando en una mujer (El País, 26 / 06/ 1982). De ahí la atrofia de sus genitales masculinos o los abultados pechos, entre otros signos de evidencia.
Alguien extirpó los diminutos huevos del cadáver de Napoleón y luego los embalsamó. Pasaron por muchas manos. Hubo mucho dinero de por medio. Finalmente, su último propietario encargó, en Chopard de París, un relicario de oro y diamantes para su conservación. Realizada la filigrana de orfebrería, el artista que la creó quiso que su obra fuese admirada, al menos durante unas horas, en uno de los escaparates del local que la prestigiosa firma posee en la Plaza Vendôme. Así se hizo, con el consentimiento del comprador. Y pasó lo que pasó. “El cañón que rompe sus amarras –dejó dicho Víctor Hugo– se convierte bruscamente en una bestia sobrenatural”.