Andalucía y todas y cada una de sus provincias baten récords en el sector turístico. Este año va camino de revalidar los buenos datos del anterior. Y del anterior. Pese a la crisis, Andalucía fue la comunidad en la que más creció el número de visitantes con respecto a la media nacional. Y con los buenso datos y los beneficios en la mano, la industria turística generó empleo por debajo del crecimiento del sector en el primer semestre de 2014 y de 2015, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Los beneficios no se resienten, sino que crecen hasta superar las cifras anteriores a la crisis, pero hay que ganar más. Por eso, y bajo el paraguas del recorte para oxigenar las cuentas de los negocios hoteleros, se ha externalizado en muchos casos (en concreto, 12 hoteles en la provincia de Cádiz) el servicio de las camareras de piso.
Trabajadoras reconocidas como tal bajo una categoría profesional que antes formaban parte de las plantillas de los hoteles y que ahora han pasado a engrosar la plantilla eventual de lo que llaman empresas de servicios múltiples. Así, los hoteles consiguen hacer variable un coste que antes era fijo. “Las empresas no son ONG y tienen que ganar dinero, pero esta situación es insostenible”, empieza explicando Josefa Pan, una de las pocas camareras de piso de la provincia que se ha atrevido a sindicarse y a levantar la voz por lo que considera unas condiciones “lamentables y esclavistas”.
Nadie habla. Nadie se queja. Son mujeres invisibles con miedo a denunciar que no pueden más y que la presión va a acabar con ellas. No pueden hacerlo porque son precarias, sin contratos estables y en lamayoría de los casos el sostén económico principal de sus familias. Si ellas claudican, la unidad familiar se queda sin ingresos, por lo que hay que tragar.
La mayoría de las compañeras de profesión de Josefa acuden todos los días a trabajar medicadas: ibuprofeno y calmantes musculares para evitar los calambres que derivan de las maratonianas y extenuantes jornadas de trabajo en las que tienen que lidiar con un fuerte esfuerzo físico y con constante presión y estrés. “No se reconocen como enfermedades profesionales los dolores de espalda y de rodilla que acabamos desarrollando por hacer camas con colchones cada vez más pesados, edredones, almohadas, sábanas y mantas”. Y eso sin contar con el cansancio psicológico que esta situación implica.
Para Josefa, lo que resulta revelador no es el número de habitaciones que tienen que arreglar ni el número de horas que echan, sino la ratio de tiempo por habitación: “en las empresas de servicios múltiples se llega a pedir una habitación arreglada en ocho o seis minutos. Es materialmente imposible”.
Las que limpian los hoteles, especialmente las que están en subcontratas, cobran por habitación arreglada; así que si en una mañana encuentran cuatro habitaciones con carteles de ‘No molestar’, son cuatro habitaciones menos que dejan de contar en su nómina.
Al dejar de formar parte de las plantillas de los hoteles, que externalizan este servicio, ellas pierden su categoría profesional y su antigüedad, por lo que su salario se ve también mermado.
“Yo señalo también y sin ningún miedo a las administraciones”, sostiene Josefa, “porque han dado dinero público para modernizar infraestructuras de hoteles de la provincia para aumentar la calidad de la oferta turística, pero a cambio no les han exigido que mantengan unas buenas condiciones laborales para la plantilla”.
Lo que ellas no denuncien no lo va a denunciar nadie por ellas. Son mujeres invisibles que se materializan en una cama hecha y una habitación impoluta.
Están rompiendo el silencio. Por fin. “Llevamos un año trabajando para cambiar esto”, afirma, “pero es difícil: me encuentro todos los días con el miedo en la cara de mis compañeras”.