Monótonos pasillos, cuartos tétricos de curas y habitaciones claustrofóbicas se convierten en el escenario habitual de nuestros superhéroes; y las perchas, vías, mascarillas y batas, las armas empleadas para combatir al enemigo transformado en agresivos e interminables tratamientos. La esperanza contra el destino, la ilusión frente a la injusticia, el querer junto al poder, se convierten en lemas de lucha constante para mantenerse firme contra la fiereza del dolor y la desesperanza. Con la sensación de jugar siempre en campo contrario, la edad y la ingenuidad funcionan como hilo conductor para poder y creer que se puede. Mientras el público, papá, mamá, familiares, amigos, padecen más desde la grada que el propio actor. Padecimiento que, en los casos de papá y mamá, se traducen en apoyo constante como si de un payaso de circo se tratara sin poder permitirse fallar a su propio público, siempre con la sonrisa y la buena actitud por bandera, aunque el interior sea una laguna de lágrimas que no logra saciar el deseo de recuperación. Mientras en el escenario donde se rueda la película de la vida, las ONGs intervienen para mejorar decorados, coloridos y amenos murales en las paredes de blanco pálido e insípido, o salas de juegos donde el tiempo y la profundidad del pensamiento no tienen cabida, actores secundarios para amenizar los entreactos impuestos por las reacciones del malvado y feroz enemigo. Entretanto la edad requiere más tiempo, es poco, quiere más días, meses, años, quiere más vida. Empujada y animada por los deseos de papá, mamá, familiares, amigos y el trabajo innegable de los profesionales que insisten en marcar un guion impuesto al que quieren rematar con un final feliz. Rendirse no está previsto, nuestros superhéroes nunca se rinden, lloran, se desaniman, viven contrariados, pero nunca se rinden, siempre luchan. Lucha que sirve de antídoto a papá y mamá porque en ellos también se graba otra parte de sus vidas, la vida en mayúsculas, la que gestaron y no están dispuestos a perder empleando todos los instrumentos afectivos que están a su alcance. Lucha incierta por la desventaja que genera el gran desconocimiento que se tiene del enemigo. Lucha encarnizada consigo mismo con preguntas sin respuestas, aferrado a la fe y la ciencia. Lucha, pero siempre como escuderos del superhéroe, aportándoles la más vital de las armas como es el amor que se profesa a un hijo, aportándoles seguridad, compañía y más ganas de combatir para derrotar al “malo”. Acciones que justifican que en días como el de ayer se celebrara el Día Mundial de la lucha contra el Cáncer Infantil, día internacional de nuestros superhéroes y sus admirados escuderos. ¡Fuerza papás!