Se cumple la próxima semana el vigésimo aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco por parte de la banda terrorista ETA. Este joven vasco podría haber sido una víctima más de tantas como ETA dejó por el camino, pero no fue así.
Ya por entonces se podían seguir noticias casi en directo y los españoles fuimos testigos, tristes, de la vileza y crueldad de unos asesinos que pretendían chantajear a todo un Estado.
Podría haber sido una víctima más, pero la reacción que su asesinato causó en el pueblo español convirtió a Miguel Ángel Blanco no en un concejal del PP asesinado sino en todo un símbolo de una España unida contra la barbarie terrorista.
Por eso quienes ahora, que se cumplen 20 años de aquel terrible recuerdo, dicen que Miguel Ángel Blanco fue una víctima más y que no merece más reconocimiento ni recuerdo que cualquiera otra víctima de éste u otro terrorismo, faltan a la verdad. Y lo peor es que muchos de ellos vivieron como yo y como todos los españoles con edad consciente aquel 12 de julio de 1997.
Nunca antes habíamos llorado tanto con al saber la noticia de que los asesinos de ETA habían cumplido su amenaza de matar a Miguel Ángel Blanco. Nunca antes habíamos todos tragado tantas lágrimas al ver la capilla del pequeño Ermua con el féretro.
Nunca antes habíamos salido a la calle tantos españoles a plantar cara a los terroristas. No fue una víctima más.
Quien lo dice sabe que falta a la verdad solo por mantener un discurso relacionado con otros asuntos y que pretende que mezclando las churras con las merinas no se tambalee su demagogo y nada justo discurso. El espíritu de Ermua y Miguel Ángel Blanco fueron un punto y aparte, un punto de inflexión fundamental para, años después, haber derrotado al terrorismo. Las manos pintadas de blanca al aire, los basta ya, los libertad sin ira… Y no me lo han contado, lo viví yo y salí a la calle al lado de socialistas, comunistas y de derechas.
Nunca se debería borrar del recuerdo de ningún español esa fecha ni lo que Miguel Ángel Blanco significó. Algunos de los que quieren ser, ahora, protagonistas de una guerra civil que, afortunadamente hace muchísimos años que acabó y esperemos no vuelva, sacan un discurso maniqueo para denostar lo que la muerte de Miguel Ángel Blanco significó.
La mayoría sin saber siquiera la difícil vida que muchos vascos vivieron por culpa del terrorismo. Quizá sea demasiado atrevido, pero sin Ermua es bastante probable que hoy no estaríamos hablando del final de una banda terrorista que ha regado de sangre toda la geografía española.
Ermua fue el principio del fin porque sin la unidad de todos los españoles, sin la mirada firme de todos los partidos y colores contra el terrorismo no se habría llegado hasta el día de hoy.
Las generaciones que vienen tienen que saber quién fue Miguel Ángel Blanco. Cuando pasen varios años, en todas las ciudades debería de poder encontrarse un niño ante un homenaje al joven de Ermua ante quien su padre o madre pueda explicarle lo que supuso en la historia de España.