Lo recuerdo muy vagamente. Tenía 12 años de edad cuando ocurrió y en mi mente solo queda el vago recuerdo de una pequeña manifestación en el núcleo urbano de la playa de La Antilla en Lepe, con gente sentada en el suelo con las palmas de las manos pintadas de blanco. Esa imagen, y el estremecimiento del final anunciado. El batacazo que, mentalmente hasta para un niño de 12 años, supuso la noticia.
Han pasado ya 20 años, y queda atrás ese miedo visceral hacia lo que era ETA por entonces. La psicosis colectiva que, sin necesidad de redes sociales, provocaba hasta la más pequeña anécdota relacionada con la banda terrorista en nuestra ciudad, en la que perpetró sus últimos atentados años más tarde con los asesinatos de Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascensión García Ortiz, así como del Doctor Antonio Muñoz Cariñanos.
Por entonces, el asesinato de Miguel Ángel Blanco supuso un punto de inflexión en la sociedad española y vasca con respecto al problema del terrorismo, y lo que se llamó el Espíritu de Ermua fue seguramente el germen que ha llevado finalmente a ETA al final de sus días.
Pero hoy hacemos frente a otros miedos, y en concreto al pavor que insufla en nuestras vidas los grupos yihadistas radicales, y la forma en que imparten ese terror, pues la globalización y las nuevas tecnologías hacen que ese miedo uno pueda sentirlo, desgraciadamente, en cualquier parte, y en cualquier momento. Este terrorismo globalizado es más difícil que reaccione ante un movimiento de aquel cariz, porque es un terrorismo que no tiene prácticamente ni cara ni patria, y eso complica sobremanera que la sociedad civil hoy día se pueda unir para dar una respuesta contundente a ese problema y que al menos sirva de piedra de toque para acabar a largo plazo con el mismo.
Urgen por tanto instrumentos canalizadores de dicho sentimiento ciudadano para que podamos, por fin, y a pie de calle, hacer frente a este nuevo terrorismo que azota el mundo, plataformas que deben estar directamente encabezadas por la sociedad civil musulmana, porque es la oportunidad perfecta para que surjan verdaderos líderes progresistas dentro del islam que encabecen dicho movimiento de repulsa y, a la vez, de verdadera integración. De todos es sabido que las principales víctimas del yihadismo radical son los propios musulmanes, por lo que creo que son precisamente ellos la clave para forjar otro Espíritu de Ermua a nivel internacional, un espíritu que logre unir a toda la humanidad frente a la lacra del terrorismo actual.