Sam Raimi forma parte de una geneación de directores que se hizo muy popular a lo largo de la década de los ochenta gracias a sus películas de terror. Wes Craven, George A. Romero... forman parte de la lista. Curiosamente, el impacto de sus trabajos no corrió de forma paralela a la valoración de la crítica, pero con el paso del tiempo algunos de aquellos títulos se han convertido en pequeñas obras de culto para los seguidores del género. Raimi acaba de regresar a sus orígenes este mismo verano con Arrástrame al infierno, una película en la que se encuentran las claves de un estilo propio que son las que le sitúan muy por encima del tipo de cine de terror para adolescentes que se ha adueñado de la cartelera a lo largo de la última década asentado en una vulgaridad fuera de toda duda.
¿Cuáles son esas claves? El sentido del humor que planea a lo largo de toda la película: al sobresalto sucede una carcajada, o una arcada, pero siempre en un constante vaivén de sensaciones contrapuestas que son las que otorgan su propia personalidad a la película. Asimismo, cierta tendencia critica, ya sea de corte social, político o moral; en este caso dirigida a la banca norteamericana, en el punto de mira de todos desde el estallido de la crisis financiera mundial. La protagonista (Alison Lohman) es una joven empleada de banca que aspira con lograr el ascenso vacante de subdirector. Para ello rivaliza con otro compañero de la entidad e intenta hacer méritos ante su director, lo que le lleva a rechazar la renovación de un préstamo a una anciana a la que le van a embargar su casa. La anciana, en realidad, es una gitana de origen húngaro que termina por lanzarle una terrorífica maldición a la joven que puede poner fin a su vida en tres días.
La película es algo irregular, por momentos predecible y en ocasiones de desarrollo poco creíble (llamen a Lohman para que les abra una zanja de más de dos metros en una hora a ver si es capaz), pero en ella hay una continua vocación narrativa que va más allá de la clásica sucesión de sustos y se instala en el terreno del cartoon animado, en el que Raimi vuelve a inspirarse para enaltecer de forma cómica los momentos de máxima tensión de la película y,por supuesto, diferenciarse del vacío sangriento en que se han convertido los sucedáneos del género en los últimos años.
Arrástrame al infierno hay que entenderla a su vez como una especie de desahogo por parte de su director, tras dirigir tres entregas de Spiderman y antes de ponerse en marcha con la cuarta, y siempre sin olvidar una trayectoria en la que Raimi se ha adentrado con diferente éxito en todo tipo de géneros, desde el romántico (Entre el amor y el juego), al thriller (Un paso en falso), al suspense (Premonición), al western (Rápida y mortal), al fantástico (Darkman) y, por supuesto, al del terror, con Posesión infernal, su primera película de éxito, como título de referencia, de la que llegó a realizar dos secuelas.
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